viernes, 29 de marzo de 2024

La iglesia de Santa Ana, asaltada e incendiada

Gabriel Segura
21 julio 2018
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La iglesia de Santa Ana, asaltada e incendiada
Vista de la iglesia parroquial de Santa Ana desde la plaza de Topete, hacia el año 1929.

Aun cercano en el recuerdo quedaba el asalto y tentativa de incendio sufrida por la iglesia de Santa Ana de Elda, el 11 de mayo de 1931, a los escasos 25 días de la proclamación de la República, cuando tras el golpe de estado perpetrado por varios generales del ejército el 18 de julio, la violencia descontrolada puso fuera de juego al estado de derecho.

En aquel momento de la república naciente, la intervención casi heroica del doctor Marciano A. Salgado Barbudo, miembro del PSOE y a la sazón concejal electo en el ayuntamiento eldense, subido al púlpito desde donde arengó a los asaltantes, conminándoles a abandonar su actitud destructiva, consiguió salvar y preservar de la destrucción el templo parroquial de Santa Ana.

Sin embargo, no ocurriría lo mismo cinco años más tarde, cuando un aciago martes 21 de julio de 1936, tres días después de la sublevación militar de diversas guarniciones militares contra el legítimo gobierno de la República, la iglesia parroquial de Santa Ana fue asaltada e incendiada por una multitud incontrolada de gentes, convenientemente manipuladas por elementos venidos desde fuera de la población con la orden expresa de promover el asalto, incendio y saqueo de la iglesia parroquial.

Nada pudieron hacer las autoridades municipales del momento, desbordadas por la situación y sin medios para contener la exaltación revolucionaria de aquellas organizaciones sindicales que abogaban por la revolución para acabar con los golpistas y con el estado burgués. El gobierno municipal, presidido por el empresario Vicente Gil Navarro, centró sus esfuerzos en salvar las vidas de aquellas personas señaladas como desafectas al régimen republicano y en mantener el respeto al estado de derecho y al orden constitucional. De nada sirvieron las órdenes o directrices del gobierno de la República prohibiendo el asalto y quema de edificios religiosos, así como el expolio de joyas, objetos litúrgicos, archivos y obras de arte en ellos contenidos por formar parte del patrimonio histórico de España.

Concepción Segura junto con dos amigas fotografiada sobre el inmenso montón de escombros de la iglesia parroquial de Santa Ana, de Elda, el día de su boda con Luis Hernández

Tras flanquear las puertas de la iglesia, toda multitud enfervorizada por las consignas revolucionarias procedió, con gran violencia, al asalto del templo parroquial de Santa Ana, al tiempo que expolio y saqueo de objetos litúrgicos y obras de arte. Todos los altares y espacios sagrados fueron profanados, las diversas imágenes devocionales junto con las tallas tricentenarias de la Virgen de la Salud y el Cristo del Buen Suceso, fueron quemadas en una gran pira en el interior de la iglesia, propagándose por toda la iglesia.

Impactante y escalofriantes es el recuerdo transmitido por los entonces niños y niñas (hoy personas nonagenarias) que vivían en las casas colindantes, cuando relatan ver arder la iglesia, saliendo el humo y las llamas por ventanas, óculos y cubierta, sintiendo el calor desprendido por el fuego.

Cuatro meses más tarde, y a pesar de las disposiciones gubernamentales citadas para preservar este tipo de elementos integrantes el patrimonio histórico español, el 10 de noviembre de 1936, el Consejo Municipal Antifascista de Elda acordaba la demolición de la iglesia parroquial de Santa Ana, procediéndose a su total demolición en los meses siguientes.

Con el asalto, incendio y destrucción de la iglesia parroquial de Santa Ana, los eldenses perdimos otro importante eslabón más de nuestro patrimonio cultural, cargado de historia y arte. Elemento que sumado a los ya perdidos previamente (castillo-palacio, ermitas diversas, cruces de término, ermita de San Antón, etcétera) y a los perdidos con posterioridad (convento franciscano, casco antiguo, casonas antiguas, molinos, fábricas de luz, antiguas fábricas de calzado, etcétera) agudizaron la pérdida de  raíces y de vínculo con nuestro pasado; llegando a creer muchos eldenses, en décadas posteriores, que Elda era una ciudad industrial de nueva creación, una ciudad sin historia.

Gabriel Segura
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