viernes, 29 de marzo de 2024

El cielo se rompe sobre Elda

Gabriel Segura
25 agosto 2020
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El cielo se rompe sobre Elda

El verano de 1967 transcurría plácidamente en Elda. Las vacaciones del sector calzado ya se habían disfrutado entre julio y agosto y la ciudad se preparaba para celebrar las Fiestas Mayores de ese año; así como la próxima VIII edición de la Feria Internacional del Calzado, con la inmediata inauguración de la ampliación del recinto ferial hasta alcanzar los 20.000 metros de superficie útil expositiva. Evento ferial que, un año más volvía batir records, alcanzando los 487 expositores, de 14 países diferentes.

Pero nadie se imaginaba en la mañana de aquel viernes, 25 de agosto de hoy hace 53 años, lo que sucedería a las cuatro de la tarde. Durante dos interminables horas Elda fue batida por una gran tormenta de viento, agua y granizo.

Ya durante dos o tres días antes, los grandes cumulonimbos anunciaban, sin saberlo, lo que iba a venir aquel fatídico último viernes de agosto de 1967. En primer lugar la oscuridad se abatió sobre la ciudad. Las negras nubes nada bueno presagiaban. Primero fue el viento al que pronto se le sumó el agua y a continuación el granizo para dejar paso al pedrisco.

Ante la gran cantidad de agua que caía pronto se produjeron numerosas inundaciones de sótanos y plantas bajas. La violencia, cantidad y tamaño de las piedras de hielo ocasionó roturas de cristales de las ventanas por doquier, derrumbamiento de cornisas, rotura de ramas de árboles, etc. Hechos que desbordaron la capacidad de atención de los bomberos municipales. El cauce del río Vinalopó alcanzó su límite de capacidad de desagüe, llegando a sembrar la inquietud de los vecinos residentes en el Caliú y la Tafalera.

El flamante edificio ferial de la FICIA fue especialmente castigado dado la gran cantidad de cristales que componían su novedosa fachada. El alumbrado público destrozado en una buena parte, incluido el colocado, de forma expresa, para la celebración de las Fiestas Mayores. La fuerza del viento llegó a desplazar y hacer descarrilar uno de los tres vagones de tren situados en la estación. Los vehículos aparcados en las calles también fueron víctimas de aquel “bombardeo meteorológico”: roturas de cristales, daños en carrocerías, motos y bicicletas arrastradas y destrozadas por las aguas, etc.

La plaza Castelar quedó convertida en un lugar dantesco: vegetación baja, con flores y plantas arrasadas por completo; ramas rotas caídas de los arboles, farolas rotas, urinarios inundados, tendido eléctrico que cruzaba la plaza caído sobre la misma que obligó a cerrarla al público, y cientos de gorriones y palomas muertas en el suelo.

Pero si grave fue el impacto de esta tormenta de verano sobre la ciudad, más aún lo fue en el campo eldense. Todo el arbolado sufrió las secuelas devastadoras de la tormenta. Se estima que fueron unas 1.800 tahúllas las afectadas, correspondientes tanto a segundas residencias campestres como tierras en producción agrícola. Hecho que conllevó que el lunes siguiente un perito agrónomo de la Jefatura Agronómica Provincial de Alicante girase visita para evaluar los daños. Acompañado de diversos miembros de la Hermandad Sindical de Labradores recorrieron una buena parte de las partidas rurales de la Horteta, Torreta, Arco Sempere, el Margen, Campo Alto del Sur, el Derramador, la Jaud, Puente Nuevo, Casa de los Dolores, el Negret, Almafrá, Doctor Rico, Agualejas, el Melic y Dos Puentes. Evaluación que permitió contabilizar graves daños en 150 hectáreas de olivo, 10 de viñedo, 5 de frutales y 15 de hortalizas y que motivó que la Hermandad de Labradores solicitase la Ministerio de Agricultura la adopción de medidas de ayuda a los labradores que vieron cercenadas las producciones agrícolas que eran su medio de vida.

En palabras del buen amigo Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante y director del Laboratorio de Climatología de la UA, lo ocurrido en Elda, hoy hace 52 años, fue la situación atmosférica típica de las tormentas de verano. Una vaguada no muy pronunciada que generó una gran inestabilidad manifestada en tormentas en el Este de la península Ibérica y que a su vez desembocaron en la génesis de granizo y pedrisco en el Valle del Vinalopó.

 

Gabriel Segura
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