martes, 16 de abril de 2024

¿Dónde volveremos a construir el Jardín de Epicuro?

Rafael Carcelén
8 enero 2016
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¿Dónde volveremos a construir el Jardín de Epicuro?
Ilustración digital vectorial de Epicuro. Revista Muy interesante

-LO BUENO SI BREVE-

Con esta pregunta, F. Nietzsche ponía en cuestión los derroteros del pensamiento occidental, al anteponerse durante siglos lo abstracto e ideal a lo corpóreo y material, y al modo elitista y grandilocuente de ejercer la filosofía lejos de los foros abiertos donde mantuvo un sentido práctico, incluso terapéutico, para todo aquel dispuesto a aprender a conducirse en la vida y sentirse bien consigo mismo. En ese Jardín que Epicuro fundó en Atenas en el año 306 a.C. él y sus seguidores (entre los que también había mujeres y esclavos) perseguían un estilo de vida sencillo, incluso austero, cultivando además del huerto que los alimentaba, las virtudes y la amistad. Ya entonces, se les trató de hedonistas desenfrenados, comiendo y bebiendo sin cesar y en una orgía sexual permanente. El propio Cicerón los tachó de “cerdos de la piara de Epicuro”. No es extraño, por ello, que aún hoy el diccionario se refiera al epicureísmo como esa filosofía enseñada por Epicuro y el “refinado egoísmo que busca el placer exento de todo dolor” de quienes lo practican. Asimismo el vocablo epicúreo es sinónimo de sibarita, comodón o mundano, entre otros. Nada más lejos de la realidad.

Se pregunta Emilio Lledó (el mayor pensador español, hoy) por lo que contienen las enseñanzas de Epicuro para que tan pronto se convirtieran en una filosofía maldita. Como subraya en El epicureísmo, hoy el griego de Samos sería considerado un antisistema por oponerse frontalmente a esos fabricantes de deseos “no naturales y no necesarios” que tanto nos esclavizan. Del mismo modo, Michel Onfray es contundente al considerar que esta filosofía “puede constituir un poderoso remedio contra la fiebre decadentista contemporánea. Acabar con la apatía que invade el mundo no es tarea de ningún salvador exterior, de ninguna ideología capaz de resolver todos los problemas de un solo golpe, sino de cada uno de nosotros. Ante cualquier cosa que quiera someternos, el único salvador al que podemos recurrir está en nuestro propio interior”.

El epicureísmo, de Emilio Lledó

¿Cuáles son las claves de este pensamiento? Como casi todos los proyectos para alcanzar la sabiduría en la antigüedad, el epicureísmo perseguirá un tipo de felicidad basado en la obtención del placer entendido como la ausencia de sufrimiento y de deseos insanos, una vida sobria y sencilla entre los nuestros, la búsqueda constante de la despreocupación y esa serenidad de ánimo (ataraxia) que nos permitan encontrarnos bien con nosotros mismos. En definitiva, menos tener y más ser. La filosofía, desde esta perspectiva, ha de servirnos como fármaco para superar cuatro miedos esenciales: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor o el miedo al futuro. Desde un apego gozoso a la vida, hemos de aspirar a ser soberanos de nosotros mismos (autarquía) y obtener una tranquilidad anímica que ahuyente nuestras preocupaciones. Procurando con moderación la satisfacción de aquellos deseos naturales y necesarios del modo más económico para ser feliz. La enorme importancia de los placeres del cuerpo, siempre desde un prudente disfrute, es inferior a la de los placeres del alma por ser estos más duraderos y capaces de eliminar o atenuar los dolores del cuerpo.

Los textos seleccionados más abajo contienen casi todas las ideas expuestas. Si hacemos caso a Diógenes Laercio (siglo III), Epicuro (341-270 a.C.) fue un prolífico escritor con más de trescientas obras manuscritas aunque sólo se conserven tres cartas y cuarenta máximas. Su influencia en el tiempo ha sido intermitente -en función de la preeminencia del dogmatismo o el librepensamiento- pero ninguno de los grandes pensadores de Occidente ha rehuido sus nobles enseñanzas. Aunque no pocos sistemas de pensamiento denostaron su aspiración por ensamblar teoría y práctica en un proyecto de vida mejor aquí y ahora, ajeno a todo tipo de religión y otras golosas fantasías.

Más que en lo que entendemos hoy por aforismo, los textos seleccionados estarían en la órbita del precepto y el consejo a seguir, como ocurre con tantos sabios de la antigüedad y no sólo de la época grecorromana. Pero tal vez Marco Aurelio sea el único que se le pueda equiparar en esa forma tan sutil de aligerar la escritura para ir a lo esencial, como quien da en la diana, con una concisión y una sencillez admirables. Conviene no olvidar que incluso la publicidad de hoy se ha nutrido de alguna de sus píldoras: “No es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita”. Él mismo, en su epitafio, nos legó la quintaesencia de un tuit insuperable: “No era. He sido. No soy. No me importa”.

  • ¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia.
  • La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.
  • El hombre que no se contenta con poco, no se contenta con nada.
  • El cuerpo, en lances de amor, es parte indispensable del alma.
  • Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio.
  • Así como el sabio no escoge los alimentos más abundantes, sino los más sabrosos, tampoco ambiciona la vida más prolongada, sino la más intensa.
  • El que menos necesita del mañana es el que avanza con más gusto hacia él.
  • Retírate dentro de ti mismo, sobre todo cuando necesites compañía.
  • El placer es el bien primero. Es el comienzo de toda preferencia y de toda aversión. Es la ausencia del dolor en el cuerpo y la inquietud en el alma.
  • ¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros.
Dónde volveremos a construir el jardín de Epicuro

Rafael Carcelén
Rafael Carcelén
Acerca del autor

Además de disfrutar como maestro de escuela, me encanta escribir. Y leer. Y subir los montes alicantinos. Y jugar al ajedrez. Y… siempre me sigue apeteciendo aprender. Y segregar lo que aprendo -lo que vivo, lo que siento- en artículos, poemas y aforismos como éste: “¿Es imaginable la felicidad en un grano de pimienta?”

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