T 1 ^ 1 f i A I c l l 1 F 1( I N 1 (l (^F. 1nS^ .............................................................................................................................................................................................................................................. ................................................................................................................................................ .............................................................................................. VIUDA DE NORBERiO ROSAS ALMACEN DE CURTIDOS REPRESENTACION ES Hijo de Jaime Casacuberta La Papelera Española, S. A. Suela Curtición Antigua Cartón Cuero OLOT MADRID Central de Fabricantes de Papel Papeles de Embalajes MADRID Viuda de José Baliu Badía E n r i q u e C I o I s Suelas y Palmillas IGUALADA Badanas para Forros VALLS Curtidos Cendra, S. A. José Pons Llabrés Agamuzados Pisos y Tacones de Goma PALMA DE MALLORCA PALMA DE MALLORCA Antonio Palmés Beltrán Hijo de José Cucarella Suela Troquelada Charoles IGUALADA Viuda de Hijo de Constantino Sánchez Artes Gráficas ALMANSA Generalísimo Franco, 12 ELDA BARCELONA Rpartado 61 Teléfono 75 ajo el palio de oro de la prímavera levantina se abren, reventonas, a la carícía del aura popular estas vibrantes flores de tradición que son las Fiestas de Moros y Crístíanos, cuyo recío aroma de pólvora quemada encíende la sangre y solívianta la fantasía en un cálído desbordamiento de gracias y de ritmos. Soberbio y palpitante ramíllete de remozada poesía medieval que Elda recoge este año tambíén, para esparcirlo, con el espírítu embelesado de rútílos recuerdos, en torno a la familiar ímagen de San Antón, el santo humilde que acogíó las tribu lacíones y los gozos de los cristíanos víejos de la vieja Elda, cristíana y morísca. Otra vez en este año de 1953, con tesonero afán de dar perví vencía a esta hermosa fiesta, tan española y tan crístiana, volverán a florecer, en férvida eclosíón, las rotundas rosas de los arcabuzazos por las desveladas calles de Elda. Y al influjo viríl de la pólvora, y a la vista deslumbradora de los brillantes cortejos, cada uno de los eldenses sentírá cómo se subiima en él en estos días áureos, el santo orgullo de pertenecer a la raza de aquellos cristianos y de aquellos moros que supíeron hacer de España una ínacabable teoría de las más radíantes epopeyas. ^a juxEa CexEra[ de Cox:parsas Absorta nuestra fantasía en los esplendores épícos de los claros caudillos de aquel tíempo de moros y crístíanos, nos volvemos en gesto de respetuosa y entrañada devocíón hacía nuestro Caudillo de hoy, Generalísímo Francísco Franco, a quíen, agradecidos, dedicamos todos nuestros desvelos por el esplendor de esta fiesta de «Moros y Cristianos». Al mísmo tíempo, nos honramos expresando públicamente nuestra adhesión a los que con él colaboran, cerca de nosotros, en las tareas rectoras: Fxcmo. Sr. D. Jesús Aramburu Olarán, Gobernador Cívíl y Jefe Províncial del Movímiento F.xcmo. Sr. ll. Juan Asensío Fernández-Cíenfuegos, Gobernador Milítar de Alícante Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. José García Goldáraz, Obispo dc Orihuela Sr. D. José Martínez González, Alcalde-Presidente del Excrno. Ayuntamíento de Elda Sr. D. Manuel Esteve Puclie, Jefe Local de F. E. T, y de las J. O. N. S. Rvdos. D. José María Amat Martínez y D. Antonío Cerdcín Pastor, Curas Párrocos de Santa Ana y San Agustín, respectívamente. 7R o m a n ce d e (jrERCADOS de medias lunas ^u• ebrias de rojas venganzas, avizorando la muerte, tensas el alma y la espada, un puñado de cristianos entre los muros de Alhama beben vientos de epopeya al filo de una hora trágica. Los manda el Marqués de Cádiz; nadie mejor los mandara; que es mozo el más aguerrido de la estirpe castellana. Romances de plata y sangre van cantando las hazañas del joven Marqués, que dicen que al Cid Rodrigo igualara. Fué en el cuenco de una noche aullante y desorbitada. Con un puñado de bravos entró en tierras musulmanas y, desmochadas tres noches de desvelo, se encontraban junto al ingente castillo de Alhama, la bien nombrada. Se acercaron sigilosos a las altivas murallas; aprestaron los puñales; enardecieron las almas humedeciendo los labios con una oración cristiana; se agigantaron los bríos; se lanzaron las escalas... y antes que huyera la luna, antes que asomara el alba, prendido en sucios turbantes por las laderas rodaba un largo y rojo rosario de cabezas musulmanas. Y el víento rizcí suspiros de un rey moro que exclamaba: lAy de mí Alhama! iAy! Pero un ronco alarido de fanática venganza, huracanando los vientos, estremeciendo montañas, prendió en alarma de guerra todo el reino de Granada. Clamaron, locos de urgencias, mil añafiles de plata; mil estandartes lunados enverdecieron el mapa, y un desbordado torrente de venganzas musulmanas l a 71 ^ í áa l gu í a se apretó en torno a los muros de Alhama, la bien Ilorada. Ya no se oyen los suspíros del rey moro que exclamaba: íAy de mí Alhama! jBizarro Marqués de Cádiz, qué loca fué tu arrogancia! Adentrado en tierras moras clavaste con ciega audacia una espina en el Corán y una cruz en las murallas. ZPero quién te acorre ahora, cercado de cimitarras, tan cerca las huestes moras, tan lejos jay! las cristianas? Sólo hay un hombre, Marqués, que, si tu orgullo amainara, salvar vuestro honor pudiera con el brío de sus armas. Sólo un nombre que en tus labios tiene quemor de cantáridas. Lo sabes; nunca se olvidan dardos que al honor alcanzan. EI de Medinasidonia, el Duque que te afrentara, el anciano a quien un día juraste dar muerte aciaga; el que envenenó de un odio feroz tu vida lozana; sólo ese guerrero, el Duque, si tu orgullo se humillara, puede salvar vuestras vidas en estas horas amargas. Pero tu orgullo es de roca, y las rocas no se ablandan. Por eso híerve en sarcasmos el moro que suspiraba: íAy de mi Alhama! Con lágrimas de mujer que es esposa y es cristiana le Ilega al anciano Duque una premiosa demanda. Brillan, de acero, sus ojos; destellan de honor, sus canas; en su pecho una tormenta de instintos fieros se agranda; que el Duque tampoco olvida lo que el Marqués le jurara. Pero recuerda también que es caballero y cristiana la sangre que Ilevan ambos en puja de hombría hidalga. Y convocando a los suyos al son de impaciente alarma, y alistando mesnaderos con generosa soldada, y remozando sus años, y ennobleciendo sus canas, vuela el Duque a dar su vida por salvar la vida y fama idel que ha jurado colgarle de una almena, la más alta! Se hacerl clamor los suspíros de1 rey moro que exclamaba: íAy de nti Alhama! iQué anuncian los centinelas en la empinada atalaya? iQué es aquello que a lo lejos brilla como un mar de plata entre una nube de polvo y un retumbar de cascada? ZSantiago? i El guerrero apóstol que en son de milagro avanza? jSantiago, sí! Ningún otro pudiera intentar la hazaña. Por eso un miedo de muerte muerde en la horda musulmana, y en loco tropel los moros huyen hacia las montañas. EI Marqués de Cádiz reza, y sus hombres vierten lágrimas. Y otra vez se oyen suspíros del rey moro que así exclama: íAy de mí Alhama! Ya se acercan; ya se acercan los que, cual rayos, cabalgan. De asombro el Marqués de Cádiz tenso en una barbacana, quiere ver quién acaudilla las raudas huestes cristianas, a quienes debe la vida y el prestigio de sus armas. Y queda helada su sangre, se queda su frente pálida, pálido el noble semblante con palidez de alba estatua, cuando ve que viene al frente de las valientes mesnadas jel Duque, a quien él juró colgar en la horca más alta! Baja el Marqués a su encuentro; la cruz sus brazos alarga; que hay en el aire un prodigio de hidalguías castellanas. jFrente a frente los rivales cabe los muros de Alhama! Alarga el Marqués su mano. Ni un gesto; ni una palabra. Por esa mano tendida todo su orgullo se escapa, y la roca de su pecho, aunque era roca, se ablanda. Y el Duque, como si abriera su insignia de Calatrava, abre, cristiano, sus brazos; con tierno abrazo lo abraza, bajo un nimbo de silencio bruñido en plata de lágrimas. jEran así los guerreros, y así el temple de la raza! Por eso el romance cuenta de un rey moro que exclamaba: ]Ay de mí Alhama! juax Zl2adroxa Montes enltiestos y azules como errdurecídas lúgrímas que circundáís nuestro Valle con ternura dc pestañas; agua en la roca dormida; ave en fopacíos de1 Alba; víento rosado del Véspero; nota errante de campana...; flores, estrofas de sol en la tíerra.desterradas; Icígrímas de soledad íridiszando la calma...; cclajes, velos del cielo; estrellas, ignotas almas...; asomaos al valle de F1da, a ver las Abanderadas. Abejas de oro, dejad ^ las flores de 1a montaña; hay mcís néctar en los labíos de nuestras Abanderadas. Una es paloma sín límítes en transparencias íngrcívidas; otra es remanso de estrellas temblorosas de alborada; esta es rníel delicuescente; aquella es rittno de llama; ésta, palma sirt oríllas en merídíanos del a1ma... i Torrentera de herrnosura! iNúbil collar de la gracia! Francisco Mollá Montesinos ^íHg^ . ros ON los Gíngaros la Comparsa mcís joven de 1a Fiestn. Irrinnpieron en ella cuando ya contaba tres años de existencia, llencíndolo todo con el nuevo ríh^io cíe Las pandcrefas y ln nlegre llamnrada de sus trajes tttultícolores. En Dícielnbre de 1947, llcgan a ttna feliz renlidad las aníinosas esperanzas de sus socios fundadores (Manuel Mnestre, Julio Vera, Genaro Vera, Tamayo, Arellano, Gonzcílvez, Peñataro y otros), y la nueva Comparsa queda constítuí da. Fstcí ya en píe el nudaz progecto; iutn oríginal Compursn, -inédita en e1 címbíto nacíonal de la Fícsta -hacc sir aparícíón en e1 Valle de Elda, asom brnndo a las niontafias con los ecos de sus rtsas y sus canciones. F,n ^Enero de 1948 es bendecida la bandera. Ln nindrina, Srta. Laura Kosas, hízo entrega n los Zíngnros de su flarnante enscria, y les dió, con elln, 1a nueva fe de cornparsistas y cruzados. Los tíbíos soles de Mnyo se hicicron ardorosos parn abrazar a esta bandera que florecía por vez primera, entre sus gentes, allá cn la prímavera de 1948. I ŝ rn la primern snlída oficial de la Cornparsa. Las cnlles se llenaron de rumor cascabelíno de su pnso, y un estruendo de npiausos fué la trnyectoría de su camínnr víbrante en e1 desfile. Recuerdo que esta estampn sugestiva, de color y de belleza, nos hízo soñar un poco... Zíngaros, húngaros, tzígnnes... pueblo errnbundo y aventurero, prendído su porvenír en el sortílegío de los naípes que una mano mo rena va descífrnndo, sernbradores n voleo de armónicas melodías por 1os camínos serpenteantes, enainorados efernos de las lumínarías que se encienden en la noche, bravos y gallardos en sus luchas de tribu, y rendídos y surnísos bajo la mírnda acarícíndora de unos ojos negros... Desde entonces hasta aquí... ícuánfas alegríns, cucíntas preocupacíones y cuántas luchas por el porvenir de la Comparsa! Tres Capitanes (Luís Bernabeu, José Peñataro y Pedro García) han conducido a los Zíngaros en el fíngido azar de la «guerrílla», y tres abanderadas (Angelíta Peñataro, Maribel Mnestre y Manolita Rízo) díeron escolta de ho;ior y belleza n la bandera. A esta bandern, cargada de nostalgias, que no puede olvidar e1 encanto de sus antiguas portadoras, hasta que no recíbe en su seda estremecida cl beso y la caricia de la nueva nbanderada. ^ld^ niusulnz^H^ N estas fechas jubilosas en que nuestra Ciudad celebra sus fiestas de Moros y Cristianos como un pórtico luminoso de su animada vida estival, creo oportuno traer a cola ción a los verdaderos moros y cristianos que bajo la sombra del mismo poderoso Cid que hoy con templa nuestros afanes, desarrollaron la cinta cine matográfica de sus fabulosas luchas de siglos. En todo el vergel levantino, con sus umbrías y verdores incitantes para los ojos abrasados de arena de los beduínos, solamente ha quedado un pequeño territorio donde aun se reza a Dios. Es el Reino de Tudmir-ben-Abdush, el Duque Teodomiro de la leyenda, que, mediante un habilidoso enga-. ño, ha conseguido del noble Abd-el-Aziz la invio labilidad de sus ciudades, quedando bajo tributo. Una de estas ciudades es Elda, la d.^( del códice escurialense que contiene el tratado. No podemos, en este breve espacio de que dispo nemos, entrar en liza con los autorizados historia dores que colocan en diversos puntos del territorio levantino esta ciudad, una de las siete de Tudmir, y preferimos dejar esta explicación, necesariamente extensa, para otra mejor ocasión. Aquella apariencia de integridad y soberanía del reino de Tudmir fué mantenida hasta que en 779 la hizo trizas Abderramán I en represalia de que los cristianos del territorio habían apoyado el desem barco de una expedición de sus enemigos Abbasi das en los mares de Denia y Elche. Abderramán ocupó las ciudades godas, desterró a las familias cristianas dejándolas sin sus bienes y repartiéndolos entre los árabes que desde lejanas tierras venían sin interrupción a poblar las paradisíacas comarcas españolas. Desde entonces el territorio excitó la rivalidad de los reyezuelos árabes y cambió de due ño innumerables veces, perteneciendo a los Reinos de Murcia, Almería, Denia y Valencia bajo la férula de los monarcas almohades y almoravides que ensangrentaron nuestro suelo y cooperaron involuntariamente a la tarea reconquistadora de los guerreros cristianos. A mediados de) siglo IX ya estaba islamizado este territorio y sus villas contaban ya con «caides» o jueces eclesiástico-civiles, «aljamas» o ayunta mientos o mezquitas. La de Elda estaba precisamen te donde hoy se levanta la Iglesia Parroquial de Santa Ana y comprendía un cuadrilongo que iba desde la Puerta Mayor de la Iglesia desaparecida en 1936, hasta las pilastras del crucero, sin incluír las capillas del Stmo. Cristo y de la Virgen, añadi das en el siglo XVIII. Lamberto Amat sostiene la existencia de moradores cristianos entre los colonos árabes basándose en los libros Ilamados «de Ha cienda» del Archivo Municipal en los que se hace separación de las tierras y aguas de riego con el nombre de «Naturales» que poseían dichos cristia nos y que estaban exentas de gabelas, pechos y otras exacciones con que fueron gravadas las que al tiempo de la Reconquista pertenecían a los mu sulmanes. En el año 921, el Rey Ordoño II de León, furioso por las victorias de Abderramán III, cayó sobre lo que había sido «Reino de Tudmir» y arrasó sus ciudades a sangre y fuego. EI «Cronicón de Sampi ro» nos dice que «en los primeros tiempos de su campaña arrasó los términos, puso fuego a la an tiquísima Elif (Ello) y despedazó y redujo a escom bros su altiva fortaleza». EI pacífico valle sufre en 1073 otra acometida de las mesnadas castellanas que audazmente se van adentrando cada día más en las tierras musulmanas. Pocos años después surge la figura legendaria, casi mítica, del Cid Campeador, cuyas correrías por tierras de infieles le traen a este territorio donde realizó mil proezas y«fué a guerrear al señor de Denia e de Xativa: e embiaba cada di sus algaras a correr tierra e fizoles mucho mal e muchos que- brantos de guisa que dende Origuela fasta Xativa nos fincó pared en fiesta de puebra ninguna que todo non lo astragó e tenía y gran robo ayuntado de cativos e vacas». (Crónica General, edición de Ocampo, fol. 321, v). D. Elías Abad Navarro, en su obra «EI Castillo de la Mola de la Ciudad de Novelda» supone, fundado en esto, que el Cid hostigó los castillos de la Mola y los de Elda y Petrel, inmediatos a la sierra del Cid, así Ilamada por la creencia popular de que éste tenía allí su campamento para atalayar los valles de Elda y Novelda y extender sus mira das hacia los dilatados parajes que desde allí se contemplan. Bendicho en su «Crónica de Alicante» abunda en esta creencia y Maltés en su «Illice ilus trada» Ilega a manifestar, reservándose sus dudas sobre tal suceso que, «según tradición común que se conserva en estas tierras el Cid murió en el año 1098 en una de las sierras de este término, tres leguas distante de esta ciudad hacia el término de Agost que hay se Ilama Sierra del Cid». EI pe trelense Miguel Amat Maestre también se hace eco de esta presencia cidiana en nuestras tierras desde las páginas de su romance histórico «Don Jaime el Conquistador» e incluso en Petrel hemos hallado una leyenda totalmente fantástica en la que se cuenta que el Cid acabó con el «ominoso tributo de las Doce Doncellas que los oprimidos pobladores del Valle tenían que entregar a la concupiscencia agarena». (Semanario «Juventud», Petrel, 1927). En el primer cuarto del siglo XIII nuestro valle era una región de hermosura radiante, que inspiró al poeta Ibn Hazún los versos de su «Poema Mile nario» dedicado a la tierra de Tudmir que descri ben la antigua Elif y en los que la canta como «deleite peligroso de los hombres» y se goza pre sentándola como «mansión de la hermosura, punto de reunión de todo cervatillo o inancebo enamora do y de todo pretendiente, y lugar donde ojos tiranos suspenden y extasían el corazón...» Pero ya las familias musulmanas que gozaban de la esplendidez de nuestro suelo tenían serios moti vos para vivir temerosas, a la par que los viejos cristianos, los mozárabes, que convivían con ellos humillados y vejados continuamente, miraban con ojos agrandados por el júbilo el inmediato porve nir rosado. Fernando III de Castilla por un lado y D. Jaime I de Aragón por otro, continuaban ases tando rudos golpes a los ya casi vencidos moros. EI poderío árabe en la Península se tambaleaba, y sólo quedaban algunas zonas sujetas a su dominio, en las que las rivalidades de sus reyezuelos, las in trigas de sus caudillos y la descomposición de su población, desunida por distintas creencias religio_ sas preparaban la total capitulación a los ejércitos de la Cruz. La sangrienta escaramuza librada por los guerreros catalanes de D. Ramón Folch, vizconde de Cardona y D. Artal de Alagón en Villena y Sax, en la que recibió la muerte el de Alagón, trajeron el fragor de la guerra más cerca de nuestro valle. Las guardias situadas en la atalaya de la Torreta, en la torrecilla fortificada de la que tomó nombre el monte y cuyas ruinas y paredones todavía se yerguen hoy, no se darían reposo en su vigilancia. Unos movimientos sospechosos en los accesos al valle que se abren por la planicie de Sax, por la accidentada geometría petrelense o por la ruta que bordeando la sierra de Kamara va a la laguna de Salinas; un aviso lanzado desde el nido de águilas que es el castillo de Sax y enseguida las fortalezas de Elda, Petrel y Monóvar se hallarían alertas y dispuestas para el combate, avisadas por la estra tégica atalaya de «La Torreta». Pero esta formidable tensión se apaga y decrece. Por las callejas retorcidas de la Elda mora corre la noticia de que el Rey de Murcia Aben-Hudiel ha comprado la protección del Rey de Castilla me diante tributos y vasallaje; y aunque este tratado lo han repudiado algunas ciudades, ha sido acogido entre la morisma con satisfacción, ya que sus tér minos son honrosos y le protegen de sus poderosos enemigos, los ejércitos granadinos y las mesnadas aragonesas. Mariano Gaspar Remiro dá como fe cha del vasallaje la del 2 de Abril de 1243, mien tras que Cascales, Abad Navarro, Ibarra y otros afirman que fué en 1241, dato que no es tan impor tante comó para provocar una seria investigación. Según dice el citado Gaspar Remiro en su «Historia de Murcia Musulmana» (pág. 296) «al declararse Murcia vasalla de D. Fernando no se privaron los musulmanes de la gobernación de las ciudades y villas de su región, ni consintieron que aquél las Ile nase de guarniciones cristianas; dicho vasallaje se redujo, en sustancia, a comprar la paz y el protec torado de Castilla». EI primer Señor que tiene Elda como tal Señor y representando a una autoridad cristiana es el ca ballero D. Guillermo el Alemán, a quien en 15 de Abril de 1244 el infante don Alfonso, con el con sentimiento del rey D. Fernando, su padre, dona el castillo y villa de Elda, con todas sus pertenencias, haciendo éste el pleito homenaje al Rey y prome tiendo hacer con él guerra y paz y que siempre pertenezca al Señorío Real. (Arch. Hist. Nacional, Uclés, 118-2). Poco tiempo después la villa y castillo fué entre gada a la Orden de Santiago en la persona de su Maestre D. Pelayo Pérez, canjeándoselas en 14 de Abril de 1257 por la villas de Aledo y Totana, para entregar nuestra Elda junto con otras amplias re giones del reino de Murcia á su hermano el infante D. Manuel. (Arch. Hist. Nal.-Santiago-Uclés, 50-I-2). EI señorío prolongado de este infante al que ya siguen diferentes nobles señores, damas, príncipes, reyes y reinas, puede cerrar este capítulo de la Elda musulmana, aunque no cierra la época ya que en realidad prosigue hasta la expulsión de los mo riscos en 1609 y la subsiguiente repoblación de cris tianos viejos de acuerdo con la Carta-puebla de 1611. *** Por no alargar excesivamente este artículo, de por sí muy interesante para los hijos de Elda que quieran conocer los hechos de nuestros antepasa dos, he suprimido de él cuantas notas adicionales pudieran prolongarlo, sacrificando a la concisión buena parte del material.que este capítulo requiere. Por ello también he suprimido las notas bibliográ ficas, sin las cuales, un texto histórico tiene escasa validez ya que se queda todo lo expuesto por el autor a la mayor o menor confianza que su auto ridad y solvencia inspiren. Sin embargo no quiero dejar de citar algunos libros de los que más me han servido para este trabajo y cuyos autores y títulos son los siguientes: Elías Abad Navarro: «EI Castillo de la Mola de la Ciudad de Novelda». / Mariano Gaspar Re miro: «Historia de Murcia Musulmana». / Lamberto Amat: «Elda, su antig ŭ edad e Historia (manuscrito inédito). j V. Martínez Morellá: «Castillos y fortale zas de la provincia de Alicante». / Levy Proven ĉ al: «España Musulmana», etc. ^ñlGerto ?lauarro 7^^stor ^^ . p^ í ri^ ckic^ O es difícil conocer la psicología de un pueblo, cuando se trata del eldense; es decir, cuando posee un alma grande y abierta a todas las influencias exteriores. Pero no sería fácil soslayar el amor patrio como uno de los rasgos más salientes de su idiosincrasia, senti miento arraigado por ley natural en todos los pueblos, pero que se manifiesta aquí de manera especialísima y elocuente. No habrá escapado a la percepción de cuantos visitan Elda o hayan conocido fuera de ella a un eldense, el orgullo que éste siente al proclamar su condición de tal y el afán con que busca la menor coyuntura para hablar con entusiasmo de su pue blo y de cuanto encierra; de su original tempera mento, de su desarrollo urbano e industrial, de su moderno género de vida. Prestadle un poco de atención y veréis iluminársele el rostro y entre gárseos abiertamente. iMaravilloso fenómeno, pro ducto inextinguible de los hijos de esta tierra, que lés honra y caracteriza de un modo excepcional! Mi conciición de ser nacido en otras tierras, (y ene migo de la adulación) rubrican la imparcialidad del panegírico. Otra afirmación ineludible, que los hechos re frendan a cada momento y que podrá constatar cualquiera que conozca poco o mucho a Elda, es que atesora otra cualidad en grado superlativo: la de pueblo acogedor y hospitalario por excelencia, conceptos a los que sería imposible sustraerse por muy diversos que sean los motivos que conducen a esta ciudad, ni por corta o larga que sea nuestra estancia en ella; el ambiente no tardará en envolvernos, prestándonos el calor y simpatía tan difí ciles de hallar en otros lugares. As^ el forastero en Elda, siendo objeto de las mayores atenciones y cultivado con especial cariño, se convierte muy pronto en un eldense más y, por ende, en propa gandista de su adoptiva patria chica. Estas consideraciones, que encajan perfectamente en el marco de la realidad, encierran una conclu A N T O N I N sión irrebatible: que los el denses con esta laudable po lítica van acumulando, día tras día, elementos de todas procedencias (independiente mente de lo que atañe a la demografía o potencia industrial), al acervo de su causa: que si Ilevan el amor patrio en el corazón, no lo reducen a un sentimiento es téril, sino que procuran dar le forma y traducirlo en rea lidades, contribuyendo así al engrandecimiento moral y material de Elda. ZCabe una interpretación más justa y hu mana del patriotismo? Bien sabemos que en los grandes núcleos urbanos y conglomerados industriales, que de por sí constituyen centros de inmigración, el cre cimiento de población originaria de otras zonas es continuo; mas por desgracia, en muchos casos este sector no tiene más valor que el intrínseco ni otra significación que la que a la estadística con cierne, porque al faltarle el aglutinante de la hospitalidad, la unión espiritual queda frustrada. Y así se Ilega a un punto de intransigencia y hos quedad que provoca sentimientos de antipatía y la aspereza de trato impide de manera ineluctable la buena convivencia. Y es que, lamentablemente, existen individuos y pueblos que consideran el patriotismo como sinó nimo de xenofobia y le rinden culto encastillados en un vicioso círculo de recelos y egoísmos. Pero aquí se entiende de otra manera muy distinta, se tiene un concepto más amplio, practicando con sencillez y espontaneidad las normas de la hidal guía, pilar inconmovible de la grandeza moral de un pueblo. ZEs posible ser patriotas «cien por cien» dentro de un ambiente cosmopolita? ZPueden subsistir con juntamente el patriotismo y la simpatía por las cosas o personas extrañas? La respuesta, tan cate górica como ejemplar, nos la dan los eldenses, que pueden ostentar con orgullo y como privilegio exclusivo, el pabellón de las virtudes cívicas. Sobre el agitado mar de los negocios, -donde pone de relieve su pericia este pueblo laborioso y avanzado-y entre la densa atmósfera del mercan tilismo, refulge como el astro solar esa mezcla de virtudes, cual tesoro valioso de su personalidad señera. iQué lección tan maravillosa de patriotismo nos brinda este pueblo de temperamento excepcional! Y de qué modo tan tesonero como libre de pre juicios contribuye a esparcir y dar prestigio al nombre de su ciudad: sin imposición ni soberbia, sino con simpatía y tacto inigualable. O M O T O S ??2aros y^rraguíes ACE dos años, cercanas 1as fiestas de Moros y Crístía nos, 1as antenas de Radío Elche difundíeron las notas de un pimpante pasodoble, que contribuyó grandemente a popula rízar entre los radio-oyentes de toda la comarca nuestra fiesta. FI «íPedro, Pedro Díaz!» ^llegó a ser pregón y embajada alegre de los ^ festejos eldenses, y puso im detalle nuevo en e1 marco de ellos. Y no debíó ser por el pasodoble en sí: quízcís los haya mcís íns pírados o de más calídnd artístíca; pero éste llevaba una chispa especial, un aigo, que dijo más a los oyentes que cualquier pregón hablado. Mahoma, desde su tumba ingrávida, debió envíar su soplo ínspí rador al autor del bízarro cántico... porque solo asi se explíca la creacicín de dícho pasodoble, compuesto por nn Moro Marroquí, dedicado a otro ezcelente Moro Marroquí, y contenicndo en sus compases la ga[lardía de la Comparsa de los Moros Marroquíes. Fs ésta de las fundadoras de la Fíesta, puesto que desde e1 afio 1945 víene lanzcíndose a la calle, con brío renovado, todas las prímaveras; sus organizadores fueron D. José M.`i Juan, D. José Vera Millán, ll. Manuel Tamayo y D. Pedro Díaz, quienes hoy contemplan safísfechos, corno fruto espléndido de la obra que ímpulsaron, la realídad tangíble de una nutrída y florecíente Comparsa. Con sus rícos atavíos marroquíes, sus largas barbas, sus turban tes enjoyados, y sus flamantes capas, forman un grupo insus títaíble en los desfiles, a los que dcín magrúfícencía y bríllantez. Cuando llena 1a calle con sus huestes, flameando al viento la bandera de la Media Luna y las aírosas capas blancas, es como un trozo vívo de1 Romancero, de cuando hombres de faz barbada y moren^a levantaban Alcázares y Mezquitas en las ciudades de nuestra España... Fueron Capitanes de la Comparsa D. José Vera, D. José M. Juan, D. Manuel Ochoa, D. Sílvíno Martínez, D. Pabio Maestre y don Pedro Díaz. Y enarbolaron su bandera, sucesívarnente, Paquita Juan, Mano líta Juan, Asuncíón Herrero, Angelíta Díaz y Hortensía Romcín. FOTO O. PORTA 1Lo exótíco no encajará en puro rígor bí5tóríco con el 5entído evocador que tíenen nue5tra5 fie5ta5. ^pero aumentan 5u colorí^o, ^ la5 hacen má5 5uge5tíva5 y delícío5a5. 3^íría5e que la fama de nue5tro5 Cí5t05o5 5ímulacro5 ba llegado ba5ta el cora3ón de ^fríca, de donde no5 víenen, en alboro3ada embajada, e5to5 alabardero5 del ^1Dau-^llJau, para tomar parte en la fie5ta elden5e de leyenda ^ de fanta5ía. GiHCa trájes de IVIA en Ronda un señor, al que Ilamaremos don Mario, muy amigo del buen vivir y de la buena broma. Poseedor de una lujosa tienda de calzado, sus relaciones comerciales con Elda eran estrechas y cor diales. Su seriedad mercantil que contrastaba con su jocosidad personal- le ganaron las simpatías de nuestros fabricantes y viajantes, hasta el extremo de ser invitado, cierto año, a las fiestas de «Moros y Cristianos». Vino gustoso y se marchó entusiasma do. Su verbo andaluz se derrochaba luego en cáli dos requiebros a la belleza de nuestras mujeres y a la suntuosidad de la fiesta que le había conquis tado. Un buen día, le trajo el correo una carta de Inglaterra. Antes de abrirla supo que era de los Smith. Iban a venir a España y, naturalmente, sería Ronda la primera ciudad que visitaran. A don Mario le alegró la noticia. Cierio que le mortificaba un poco la ingenuidad de la pareja en lo que se relacionaba con las cosas de España. Cuando estu vo en Londres tuvo que asegurarles formalmente que el traje de luces lo usaban los toreros única mente durante la lidia y que, de ninguna manera, era el traje nacional de los españoles. Para los Smith España era un país primitivo, cuyo principal atractivo era la bárbara belleza de sus instituciones y costumbres. Don Mario se levantó del sillón, animado por súbita idea. Había que darles una amable lección a aquellos ingleses, desterrando de sus pensamien tos aquella España de pandereta. Pediría a Elda unos cuantos trajes de la comparsa de Contraban distas. Con ellos, y la colaboración de algunos amigos bromistas, daría una buena sorpresa a los ingleses. IMenudo susto se iban a Ilevar cuando fueran asaltados en plena sierra por los bandoleros fingidos! De seguro que luego, cuando se acla rasen las cosas, com prenderían la oculta intención de la broma y dejarían sus ridículas creencias. Cuando, después de recibirlos en la estación de Montejaque, recorrían con el coche de don Mario las sinuosidades de la montaña, le era difícil a éste ocultar el regocijo que bailoteaba en sus ojos. Y mucho más difícil cuando en una de las curvas del camino sur coHtr^G^ . Kdist^s gieron los cinco «bandoleros». Las patillas postizas y los niquelados trabucos apuntaban a los ingleses. Su gesto era terrible y conminatorio. Con los bra zos en alto, salieron del coche don Mario y los Smith; éstos, pálidos y asustados; aquél, conteniendo a duras penas las fuertes ganas de reír. Los Smith estaban resignados, considerando todo aquello co mo la cosa más natural que podía sucederles en España. De pronto empezaron a palmotear, rego cijados, mientras a don Mario se le helaba la con tenida risa. Detrás de los «bandoleros» una pareja de la Guardia Civil había aparecido amenazándoles con hacer fuego si no deponían las armas. No es para describir la sorpresa de la cuadrilla. Páli dos como muertos, se dejaron maniatar y empren dieron, en reata, el camino de Ronda. Don Mario había intentado, sin ningún resultado, convencer a la Guardia Civil de que todo aquello era una bro ma. Los Smith no comprendían nada de nada. Sus escasos conocimientos de nuestro idioma les Ileva ron a sospechar de don Mario, al que veían discu tir con los guardias y tratar de consolar a los afligidos «bandoleros». Pero, por fin, en presencia del señor juez todo quedó aclarado. Los «salteado- res de caminos» fueron puestos en libertad, ante el asombro de los ingleses que, no comprendiendo una palabra de todo aquello, formaron un pésimo concepto de la justicia española. EI juez apostrofó severamente a don Mario haciéndole pagar una buena multa por la bromita. Aquella misma noche se marcharon los Smith. Los esfuerzos de don Mario para convencerles de que todo aquello era una broma habían fracasado. Los Smith se fueron convencidos de que el español estaba en combinación con aquellos bandidos de la sierra. Y, Zqué fué de don Mario? Don Mario se hizo tan serio que se saltaba las páginas de chistes de las revistas ilustradas. Ha vuelto a visitar Elda, pe ro no quiere ni oír ha blar de la Fiesta de «Mo ros y Cristianos». No quiere recordar aquellos trajes de contrabandistas que vivieron una aven tura de opereta en el marco soberbio y autén tico de la serranía de Ronda, pero que le cos taron uno de los más serios disgustos de su vida en broma. luan 1. Primo Guarinos ^oto 0. Port^ ?2au^rras tundo ^ NIMADOS por ^ l f l meritís a trtun a apo teosis que f ué la Fiesta en sus inicíos, a11á en 1945, un grupo de elden ses se agrupan en otra nueva compar sa que vigorice la fiesta y dé un ro a los que, incapaces de más altos empeños, augttran una pronta desaparición de la renacída fiesta, EZ símbolo qu.e adopta esta ilueva Comparsa es el de la heroica Navarra, la tierra que vió las pri meras derrotas musulmanas en sus intentos de extender su mancha de aceite por toda la península y allen de los Pirineos. Su trniforme, -sencillo, recio, re flejo fiel del espíritu navarro-, es por completo diferente de las habi tuales vestimentas de la Fiesta: la típica boina roja o azul, rematada por airosa borla dorada; el peto de cuero en el que campean las herál dícas cadenas; el faldellín peculiar; las altas polaínas y la sandalia f raí luna; la capa azul qtte hace más gallardas stts figuras, todo él f orma un conjunto inconfundible que dá varíedad y policromía al calidos copio de la fiesta eldense... Evocadoras de las legendarias reinas navarras f ueron las gentíles Aba^ideradas Paquíta Coloma, Ríta Casáñez, Manolita Navarro y Pa quita Torres, que tremolaron año tras año la qtterida enseña de la Comparsa. Y sus Capítanes desde su funda ción han sido José Martí, José Ortín, Emilío Bellod Galíano, Emi líano Casáñez y Francísco Poveda. lL^^uguríos alentadores que nos prometen un crecíente entusíasmo por la magníficencía de nuestros ,QIIJoros ^^rístíanos. 7he aquí una pléyade de futuras abanderadas ^ de futuros capítanes que, cuando llegue su bora, nos dejarán tamañítos en entusíasmo por esta fiesta sonora ^ deslumbrante, que bo^ se adentra en sus ojos tíernos con la magía írresístíble de las bellas le^endas propulsoras de empresas generosas. colorido en el espectáculo multífor me de los des files de Moros y Cristianos. Tíene personalidad propia, incon f undi ble; y cuando el prímer jínete contraban dista aparece por la Calle Nueva, anun cíando la 1legada de los suyos, el público que contempla la Entrada sabe que su espera no ha de verse de f raudada. Tras de su Abanderada y Capitán, van a arecíendo • primero 1as hileras de la ^^^,^ p , , gente de a pie, con el traje clásíco del bandido andaluz, tocadas con el catíte tradicional, ceñída la ancha faja de vivo color, la chaquetilla de terciopelo y el cal zón ajustado, rematado en la polaina de cuero. Exhíben jenomenales vegueros, que no han saludado la Aduana ní de lejos, y avanzan bízarros, orgullosos, tal vez porque están seguros de que no ha de salírles al paso un mal carabínero que les pida cuenta de sus andanzas. Y tras ellos empieza el desfile de las numerosas cabalga duras, que llevan a lomos e1 «alijo». ^ Pero qué alíjo, seño res! Conducídas por patilludos mocetones, las pacientes mulas llevan a la grupa el peso liviano de guapas andalu zas, explosívas de gracía, de volarites multícolores y de sal merídíonal; mujeres audaces que no vacilaron en unir su suerte a la azarosa aventura de sus fieros acompañantes. Cierra el desfile de la Comparsa una fenomenal Carroza, trasunto de la alegría andaluza: zambra ambulante, palmas y palillos, coplas al i^íento y taconeo nervioso de los bailaores. Son nueve años al servicío de la alegría popular en el haber de esta Comparsa, y aunque no han faltado en ella los momentos de apuro,- hay tarnbíén épocas de crisis en el noble ejercicio del contrabando- de todos han salido con entusíasmo y decísíón. La Capitanía ha sído ostentada sucesivamente por dorl F,nrique Chiquillo, D. Roberto Vera, (dos años), D. Sa1va dor Fernández (1948 y 1949), D. Arístídes Dolz, D. Juan Maestre y D. José M.° Jerónímo (1952 y 1953). Y contribuyeron a su realce las Abanderadas Elisa Antón, Blanquita Gil, (1946 y 1947), Remedítos Gosálvez, (1948, 1949 y 1951), P. Maestre y Socorríto Román (1952 y 1953). iFnví díable bandera, enarbolada por tan gentiles manos! ESDE la inicíación de la Fíesta, viene poníendo esta Cornparsa su peculiar 1 a`t r ^ldk a IENE usted, amigo mío, de Madrid. Viene usted pensando en Elda...Y su cerebro se Ilena de finas imágenes de zapatos ^ ^ ^^ ^ i^i; , ^ ^,, ,^ ^i^ , IO ^ ^ h^, ^ ^I ^ ^ ^ ^j t^ i °i^ , Ía femeniles. Pero como en estos días de «Moros y Cristia nos» nuestrasfábricas están cerradasy nuestros obreros y patronos andan por ahí transforma dos en arrogantes morazos o en estudiantes de pega, sin más relación con los cueros que el contacto de la dulce bota, aliviadora de los largos desfiles, va usted a darse conmigo un tranquilo paseo por nuestra ignorada ciudad. Tras un suave tobogán de asfalto, y en dulce connubio levantino, las altas copas adolescen tes de unos pinos marineros junto a unos ci- preses taciturnos se han adelantado a darle la bienvenida. Ya está usted en Elda. Esta gran explanada ante la Cruz de los Caídos está a todas horas inconscientemente dolorida de ausencias. Ni un detalle queda ya de la vieja ermita de San Antón, del cemen terio viejo donde reposan los cristianos de aquella Elda frailuna y procesionera, de la humilde Fuente de los Burros. Todo, hasta la protectora colina salpicada de chumberas, todo desapareció, como si la calle de Pablo Guarinos, henchida del orgullo de la nueva urbanística, hubiera soplado hacia arriba, barriéndolo todo con su soplo titánico. Es afanosa esta calle, rotulada hoy con el nombre del General Aranda. De arriba a abajo parece una flecha lanzada en notable declive, cada vez más hundida, cada vez más estrecha, cada vez más desasosegada, hacia la mole gris de nuestro templo de Santa Ana. Es como una muchacha arrastrada por una vocación irresistible, mientras, tímidas y asus tadizas, le estiran de la falda las breves tra vesías que la cruzan, umbrosas, anodinas, salvo la estricta Calle del Cid, exacta y per fecta como un clásico soneto, bruñida en go zosa plenitud de colorines cuando Ilegan nues tras fiestas mayóres. Ahora, amigo mío, vamos a cruzar esta pequeña y acicalada calle, hoy de la Libera ción, y antes Ilamada, sin necesidad de rotu laciones, Calle de la Miseria, y trepando par la escalinata que hay a su final, nos hallamos en la Placeta de San Jaime, balcón erguido sobre los grises tejados antiguos, desde el cual las torres gemelas de Santa Ana parecen gigantones de día del Corpus. Y salvando unas callejas injuriosas para la Geometría, Ilegamos a uno de los más bellos rincones de Elda, un rincón estigmatizado con el oscuro nombre de La Tafalera. Un sauce Ilorón Ilora eternamente recuerdos tr^ . vés de nzis c^^ . f i^s dorados de nuestro medievo. Junto a él la noble majestad de un amplio eucalipto se yergue como poseso de un sueño de lanzas victoriosas. Ambos, el sauce y el eucalipto, son los únicos vestigias de lo que un día fueron parajes deliciosos en torno al Alcázar que fué gema preciada en el regio manto de los monarcas de Aragón. Bello rincón, martiri zado, retorcido y estrangulado por hoscas albañi lerías, que espera una mano piadosa que lo con vierta en un jardincillo romántico donde aspirar el áureo polvillo de las gratas evocaciones, mientras se contempla uno de los más bellos paisajes eldenses: las oscuras ruinas del castillo, la cruz de la carretera sobre el río susurrante, el gozo de las nuevas fábricas desbordadas de la urbe, el glorio so penacho de los trenes que pasan y se hunden en las entrañas de La Torreta; y allá lejos Kamara, con su crestería colosal. Bordeando la falda mordida de la colina del castillo y tras un saludo a la recién nacida ermita de San Antón, entraremos en la vieja Calle de la Independencia. Viejos caserones condecorados con balcones pretenciosos que os hacen pensar en hi dalgos terratenientes o en orondos dignatarios de la Iglesia; amplias rejas a las que se asomó un día el coramvobis del Seráfico, mendigando un vaso de vino a cambio de una de sus procacidades rimadas o de sus adulonas pleglarias en verso. Calle renqueante y confidencial, como hecha para viejecitas que aun guardan entre naftalina sus galas juveniles; calle solariega cuyos brazos se abrieron un día con infinito gozo para recibir a las imágenes venerandas, Ilegadas de Cerdeña sobre olas de romance. Ahora, amigo mío, nos Ilegamos a las dos pla zas: la de Abajo, que siglo a siglo viene siendo la pandereta de Elda, escenario de regocijos popu lares; y la de Arriba, desolada y silente, viuda de aquel mercado popular que era su razón de ser. Hoy la Plaza de Arriba parece un cuenco sonoro sobre el que rebotan, plenas y rotundas, las recias campanadas parroquiales; y si la cruzáis por la noche, una noche lunada y sugerente, las dos filas de nudosos árboles que la exornan os parecerán dos filas de alabarderos presentando armas ante los fantasmas que bajan del Alcázar por la pina y bruja calleja del Castillo. Esquinamos frente a la Iglesia de Santa Ana la casa en que murió aquel gran eldense, el juriscon sulto y publicista D. Juan Sempere y Guarinos, y nos embutimos literalmente en la Calle de Colón, la calle adonde nadie va y por donde todos pasan, y salimos a ese salón sin techumbre que es la Calle Nueva, donde convergen las actividades crematís ticas y suntuarias de la ciudad. Una herida de luz en su costado, el Casino Eldense, que soñó un día ser excitante y exponente de la cultura de este pueblo. Atravesando sus jardines, esos claros remansos tan hambrientos de clorofila como hartos de risas banales, nos abocamos a la más típica de las calles de Elda, la Calle Jardines en la grata toponimia vernácula. Calle retorcida como un largo anhelo imposible; como si al paso de cada coche, tras la estela de cosmopolitismo que va dejando el claxon infatuado, se lanzara, angustiada, el alma de la ciudad laboriosa, en un trágico anhelo de algo desconocido. Calle torturada de precoces urgen cias; sin esos detalles arquitectónicos que hacen ver el equilibrio y la majestad a que Ilegan las grandes vías cuando, sorbo a sorbo, piedra a pie dra, han ido bebiendo la docencia de los años; calle eldense sobre todas; prisas, esquinazos, trá fico, y un feroz estrangulamiento de la línea recta; calle que es cifra estilizada de la ciudad. Y dejando atrás la gastada urdimbre del casco urbano de ayer, vamos, amigo mío, a adentrarnos en las claras barriadas modernas, con sus rectas calles que se escapan, desoladas, hacia Petrel, en juvenil formación impecable. Así esta Gran Aveni da, amplia, cordial, desbordante, como un abrazo de reconciliación que tiende la nueva Elda a la vieja y venerada ermita de San Bonifacio, en cuya puerta está el más estratégico balcón para contem plar en toda su amplitud los tiernos mirajes de nuestra ciudad. Todo en estos barrios tiene una uniformidad cuartelera; todo menos este rincón enjoyado y umbroso en que, a la sombra broncínea de Cas telar, se ha concrecionado en gayos parterres abundosos la policromía exuberante de las tierras levantinas, bajo un sol complaciente que se enreda con amor en el varillaje de las palmeras, y se vuelca complacido en la copa gentil de los pinos ungidos de adolescencia olorosa. Así es Elda, mi buen amigo. Sus gentes se descri birán a sí mismas ante los ojos de usted en el vivo poema fantasmagórico de nuestros Moros y Cristia nos. Yo le he descrito el alma huidiza, inasible, de la ciudad, cuando los afanes cotidianos la dejan en paz consigo misma. Ahora, cuando prosiga usted su viaje hacia Alicante, verá a su izquierda, junto a los gigantes cos centinelas vegetales de la carretera, una flora ción edénica de plácidas mansiones virgilianas. ZLa Ciudad Vergel? No; es un sueño que tuvo una tarde de Abril esta ciudad desconcertante; una tarde de Abril en que las calles estaban temblorosas de ausencias; una tarde de Pascua Florida. Y el sueño está ahí, pleno de ansiedades ex pansivas. Porque en Elda, amigo mío, no es mi lagro convertir en realidades los más quiméricos sueños. ^uax ?1Z. JGáñex %^irátás N Enero de 1945 inicía ron sus des fíles y el tro nar de sus dísparos las prímeras Comparsas, entre el es cepticismo y las sonrisas de los innu merables el denses y forasteros que auguraban una pronta desaparición a la renacida fiesta, tarándola con los motes de «falta de tra dición», «inadaptable a la idiosíncrasía eldense» y otras que se han. demostrado ya como disparatadas y erróneas, Pese a esta f rialdad inícíal, al segundo año son dos comparsas más las que se unen a las cínco primeras, en una afirmación de f e demostrada con. la práctica. Una de ellas es la de Piratas, que ya tíene un precedente en la vecina Villena aunque en la de Elda se nota el lápíz depurado del alicantíno Valcárcel en su vestímenta. En este primer año de su salída-1946 y a1 síguiente, los Piratas formaron en todos los actos ju^zto a los Cristianos, pero después, en 1948, como verdaderos píratas sin Patria y sín Díos, apóstatas de la f e de sus padres, se pasaron en masa al bando musulmán, en cl que todavía permanecen. Desde entonces, su brillante unifor^ne de joyantes colores, -en los que se mez cla el oro o rojo de sus blusas con el negro intenso del resfo de su atavío-, ha sido uno de los más atractivos de 1a Fiesta; añadiendo a esto lagracía de que hacen alardes los comparsístas al presentar el «cofre de1 tesoro» y otros detalles de gusto más o menos macabro y chíspeante. Esta Comparsa f ué f undada, entre otros señores, por Manuel Esteve, José Miguel Bañón, José Vidal, Vicente Vale ro, Pedro Maestre y Antonio Gonzál vez, habíendo ostentado la Capítanía el Sr. Esteve durante 1os cuatro prímeros años y los Sres. Alberto Pérez, Manuel Pastor y Francísco Mícó los síguientes. La negra bandera, temible enseiia que pone pavor en alta mar, en la que cam pea la f únebre calavera rubrícada por las dos tíbías en aspa ha sido enarbolada por las gentiles Abanderadas Srtas. Guiller mina y Ascensíón Estevc^, Dei-Genítrix Gírnénez, Virtudes Lorca y Carmína Payá Rocamora, OS ponernos al habla, unas semanas nntes de La Fícsla, con uno de los mcís carncterízados representantes de los «Moros Musulmanes^^. Cuando le decírnos que se frata de hacer un reporlaje rclámpago de esos que ha puesto de moda Córdoba desde e1 díario «Pueblo» se muéstra encantado °`^^^ y dispuesto a facílitar nos toda clase de detalles sobre su Comparsa. -Hemos oído decír que eso de «Moros Musttl manes» es albarda sobre albarda. Opína hí. -Hornbre, no. Lo de «Moros Musulmanes» síg nifica que somos rnoros de los buenos, moros de prímera calidad. Y conviene remachar el clavo para que nos dístingan. -^Cómo fué el nacirnienfo de la Cornparsa? -La primera ídea nos la dió Camílo Valor (q. e. p. d.) una farde en el Casíno Eldense, a José Ortín, Emílío Vidal, José Amat Sanchíz, Ra fael García Górnez y algunos otros que estcíbamos allí reunidos. Y e1 dia 1 de febrero de 1946 queda ba definitivamente formada la Comparsa y cons tituída su Junta Directiva. Hacía falta nuevos Moros quc contnvíesen la ingente avalancha de los Crístinnos, nívelnndo las fuerzas un poco. -^Y la prírnera salida de la Comparsa? -Fué al afio siguíente. En 1947 el bando moro se víó reforzado por nuesta presencia. La nucva Cornparsa se íncorporaba a In Fiesta 11ena de en tusiasrno. Creo que recordarás la gran expecta ción con que se nos esperaba y el enorme júbilo que desperib nuestra presentacíón en el desfile. Modestia aparte, crco que qucdamos como unos morazos con toda la barba. Nuestro trabajo nos costó, no crcas, porque tuvírnos no sé cuánfos ensayos antes de salír a la calle. -dY de las Abanderadas, no me dices nada? -IHombre, hombre! De las Abanderadas hay que decírlo todo, Hay que ordenar a 1as flores quc inclinen sus tallos a su paso, hay que volcar a sus píes toda la inmensa admíracíón de nues trns almas, hay que vacíar en su honor todo el enorme saco de adjetívos, metáforas y frases rímbombantes que guarda, para estos casos, el idíoma castellarlo. - Vacía. -Tan sólo te diré que han sido tres huríes: Lucía Vera, Pilar Navarro y Maruja Bonete. Más bellas no las tuvo Abderramán eri los tiempos de esplendor del Calífato. Cuando los atambores anuncíaban su proclamacíón en el gran Colíseo, había revuelo y dolor en el Paraíso de Mahoma. Y no era para tnenos. Cada año faltaba un ángel de la vera del Profeta, robado por nosotros para venír a empuñar la bandera de la Comparsa. -Te dejo con tu borrachera lírica, ÑO 711. ZQué raro polen trae el Euro? 2Qué extrañas auras acarician el oído de rítmicas y somno lientas melodías jamás escuchadas? Las auras, el polen y las melodías convertidas en avalancha han dado su mitológico salto de una co lumna de Hércules a la otra; caen sobre Yebel-el-Ta rik, la Gibraltar de nuestros días. Alarmados los visi godos se aprestan a la lucha; en esta primera batalla sucumbe Don Rodrigo. Ya nada ni nadie los puede detener, se extienden por toda la Península como torrente desbordado; únicamente tienen que soportar alguna ligera razzia de reducidos grupos cristianos, que derrotados buscan refugio en el Norte. La caravana de los años empieza a desfilar; lo que antes era una colonia de Damasco, queda convertida por Abderramán III en el independiente Califato de Córdoba. En esta época España adquiere una de sus facetas más brillantes. En contraposición al oscurantismo de una Europa medieval, se ofrece un reino eminente mente culto. Las principales familias europeas, man dan sus hijos para que adquieran sabiduría a los sabios de Córdoba, de la misma manera que hoy lo hacen a Santiago, Oxford o Yale. Los árabes hacen de «AI-Andalus» un paraíso, con vergeles donde lucen flores tan peregrinas en aquellos tiempos como las artes, las ciencias, las letras. Se cultiva el espíritu al compás de la tierra con procedi mientos que aun perduran. Brotan de la tierra, como frogantes rosas de mayo, fustes, capiteles, arcos, que forman en el espacio maravillas arquitectónicas. La mezquita, con sus eurítmicos estucos, polícromos ali zares, alicatados muros, jaspes, mármoles, y los jar dines corr sus juegos de luz, agua y follaje, materiali zan ese mundo maravilloso del ensueño árabe. EI pueblo guerrero se ha hecho refinado y se pre siente su decadencia. Como a Roma, la tragedia le Ilega en su momento cumbre. Viene cuando el árabe español, Ilegado a su cumbre espiritual, deja volar inerte el alma soñadora por los caprichos voluptuosos de los arabescos. Mientras tanto, los reducidos grupos cristianos, infi nitamente más atrasados, se entretienen despedazán dose en inútiles luchas fratricidas, producidas por los innúmeros señores feudales. Castilla, subyugada, ha clavado su desolada mirada sobre la bucólica Bética Hay conatos de unión en pos de tan supremo ideal. En ofensivas de tira y aflo ja, siguen desfilando los años hasta Ilegar a San Fer nando y Don Jaime, Rey de Aragón, pasando por Rodrigo Días de Vivar, el Cid. San Fernando recupera Sevilla, Don Jaime, Valencia. AI Islam ya no le queda más que Granada. Pero aun tienen que seguir pasando años y años hasta Ilegar a la feliz unión de Aragón y Castilla, ^iest^ de lu^ ea^ ^eváHte de Isabel y Fernando; a una verdadera idea de ia unidad hispánica. Con un prodigioso salto a través del tiempo, ya hemos Ilegado; todavía podemos ver en una colina frente a la Alhambra, la figura de Boabdil, que con los ojos arrasados en lágrimas se despide de su amado paraíso, mientras escucha de su madre esas palabras que aprendimos hace tanto tiempo en la escuela. Un pueblo de Levante. Hasta aquí nos trae la brisa rumores inquietos. EI pueblo está de fiesta. Sacude su polvoriento tedio una vez al año, ha ciendo dilatar las sonoras campanadas de la iglesia por el amplio valle. Este valle está circundado por una capa de cielo transparente, nítido. Es aquí, en Levante, donde el cielo da sus mejores trans parencias; transparencias que copia rumorosa el agua de los morunos azarbes que discurren entre frondas de cañas, olivos y almendros que apuntan con sus ramas floridas a esa despistada nubecilla que ingrávida y tonta flota sobre el azul. EI tiempo no se ha detenido en ese eterno coloquio del agua y de la rama que besa el agua, por que el pueblo está de fiesta; así lo anuncian tremo lantes bengalas que cosen a la noche en luminosas puntadas, poniendo paradójicos gestos de temor risueño en las jovencitas, y arrogancias temerarias en los jóvenes que las celan. Estallan las carcasas en múltiples palmeras, que hacen recordar a esas otras palmeras que dan su tono oriental al paisaje levantino. La palmera de Levante suspira nostálgica de no sabe qué, tal vez añora la presencia del almorávide indolente a quien prestaba sombra en la canícula. A veces, estas palmeras se reunen en grupos, que ponen manchones de verdor, verdaderos oasis en la ar diente tierra levantina. Por entre los esbeltos talles de un grupo de estas palmeras se divisa la torre de la Iglesia, o lo que es lo mismo, el alminar de la antigua mezquita desde donde el almuecín, con la vista clavada en la Alquibla, exhortaba al piadoso almocrí a la ora ción crepuscular. Hoy esta torre ostenta el signo de la Cruz; el triunfo de las Sagradas Escrituras sobre el Alcorán; triunfo que, jubiloso, el pueblo celebra todos los años desde tiempos inmemoriales, con grotescas pantomimas, simulacros de guerrillas que, a pesar de lo anacrónico de algunas de sus comparsas, conservan en su prístino colorido, un significativo encanto ingenuo y antañón. En las casas del pueblo todo es barullo, todo es trajín. Desde el alba, el ama de casa lo está remo viendo todo, desde el polvoriento porche, hasta la soleada cocina que de puro limpia resplandece. EI orden más riguroso tiene lugar en estas cocinas, con sus cacerolas, ollas, potes, en los vasares, don de la alineación más perfecta reina entre los típi cos lebrillos de cerámica amarilla y las tripudas tinajas que, de distinto tamaño, se alinean a lo largo del alizar o friso de azulejos. La limpieza es proverbial; se convierte en rito de herencia antigua en el ama de casa levantina. EI ama de casa se .sienta, respira satisfecha, y cruza los brazos sobre el halda; todo lo tiene en orden. Ahora, piensa, pronto tendrá que emprender su segunda batalla en la cocina; como es fiesta, tendrá que guisar gazpachos; ya tiene las tortas, de fina harina blanca cocidas; estas tortas se des menuzarán luego en innumerables partículas-es lo más enojoso, piensa el ama de casa- y se coce rán luego con pollo y conejo, aromatizado todo esto con olorosas yerbas serranas. Tal es el gaz pacho levantino, al que se le atribuye origen árabe. EI ama de casa da un suspiro, y acude solícita para ayudar al hijo a ceñirse la ancha faja car mesí. La tela brillante se ciñe entre vueltas al torso juvenil apretando la aljaba o túnica morisca. Sobre la cabeza se asienta un complicado turbante del que emerge, dorada, la média luna; dorados son también los adornos de las babuchas y!os anchos brazaletes de las muñecas; el alfanje es plateado, con delicados arabescos grabados, y en este mo mento descansa sobre un taburete. EI otro hijo del ama de casa ha hecho su apari ción en escena. Viene arrastrando un enorme man doble que le cuelga de la cintura; sobre el pecho, la Cruz. Tiene las firmes piernas cubiertas de con vencional malla; en una mano el capacete que luego descansará sobre el almójar, y en la otra, una falsa aljaba, destinada ahora para poner la pólvora que luego estallará en anacrónicos arcabuces. La madre mira divertida a sus hijos, que en este momento se han convertido en odiados rivales. Y todo porque es fiesta. Así lo anuncian desgarra das bandas de música que recorren el pueblo. Los músicos ostentan con presunción los flamantes uniformes, mientras sus mejillas se inflan y se vuel ven a inflar, a influjos de los resoplidos que meten en sus instrumentos de viento. Van seguidos de una cohorte de zangolotinos muchachos, que ríen, chillan y cantan siguiendo el compás de la música... EI ambiente de fiesta es perfecto. Cohetes, petar dos, carretillas, estallan a todo momento. En la pla za Mayor se yergue la alcazaba o castillo, que luego se disputarán en duelo a muerte los bandos rivales. Las calles, en abigarrado colorido, muestran su ádorna de palmas, ramas de taray, de olivos, de pino y de alegres retazos de papel multicolor, que el viento primaveral juguetón balancea. Estas calles, en las que no es extraño encontrar estos días en cualquier rincón al que preste sombra la parra, a un arrogante rumí, que rendido dentro de su arro gancia, hace el amor a una deliciosa odalisca... EI ambiente de fiesta es perfecto. Y todo porque hubo un señor Ilamado Tarik al que se le ocurrió invadir la Iberia. Esto era en el año 711. Erxesto Cjarcía ^laGregat ^á . ^iesEc^ . eK Grorn^ (^rosa rimada) «Querído amigo Anacleto: Sabrás que en el mes de Mayo celebramos nuesfras Fíestas, las de «Moros y Cris tíanos», y en derroche y espiendor van a superar este año a todo cuanto se 1ia hecho en los festejos pasados. Nunca verás cosa ígual si no víenes a gozarlo. Los moros, los estudíantes, los píratas, los crístianos, los zíngaros, ma rroquies, contrabandistas, navarros, todos van a competir en lujo y en despílfarro... Verás las Abanderadas, plenas de gracía y encanto, ílunrinando la Fíesta desde su airoso caballo... Verás a los Capítanes, arrogantes y gallardos, jugando con sus corceles a vientos desenfrenados... Verás sín ígual desfile de Comparsas, derrochando miísica, humor y alegría, íngenio, arte y encanto... Verás las dos Embajadas (una del moro al crisfíano y otra del crístíano al moro) ante un castillo entablado... Se ponen de vuelta y medía entre rímas y ripiazos y rinden la fortaleza con un sirifín de dísparos...» (Toc... foc... A la puerta ilaman). -Pase adelante quien sea. Y entraron unos señores con unas caras muy serias: -Perdone le distraígamos un rato de su tarea. Somos de la Cornísíón que ha de organízar las Fíestas, las de «Moros y Cristíanos» que son el orgullo de Elda. Pero como en esta vída nada se hace sin pesetas, le rogamos contríbuya con una pequeña entrega, ya que es anheto de todos que esta Fíesta nunca muera, por lo que hemos de poner nucstro graníto de arena... -1 Ustedes están errados...! 1Conmigo píerden el tíentpo! áQué me va a mí ni me viene con Comparsas y festejos, con desfiles y guerrillas, con banderas y guerreros...? íEl que quíera tener Fíestas, páguelas con su dínero...! - Usted perdone. Creímos que era eldense verdadero... * -íQué fastídio!... Seguíré la carta para Anacleto. «No pierdas esta ocasíón... Yo te aseguro, Anacleto, que no olvidarás el lujo asíátíco del festejo... Y lo que más nos admíra es que todo lo hace el pueblo... Todo el lujo lo mantíene con sus honrados dineros.. Es que mí Elda es así; que pone su afán entero en labrarse una corona de verdc laurel eterno ayudada por nosotros !que darnos lo que tenemos!» E[ :duexde de[ ^?LoxG,st![ ?Llaro ^e^lista iCu Cjuerrill^ ?Llara SuG-íEe^listu. ??2oros ^ea ^ l^stás 4t.v rt„ A Compnrsa de Moros Realistas es una de las cinco f undadoras; aqucllas cinco cornparsas que en el frío l;nero de 1945 ínícíuron el brillante desfile, la delirante fantasía oricntal de sedasy clamores que fodavía continúa, repetida, superada cnda año en Ios días jubílosos de la Ficsta. Estos moros curiídos, sofiadores, dc ojos de carbunclo y gestos de grart seftor son los veteranos de la Fíesta. Sus brazos que un día formaron el aníllo de híerro que defendíó a Granada sosHenen ahora los curvos alfanges en un químéríco intcnto de reconquísta. Los valientes Capítanes Ataulfo Coloma, José Alcaraz, Pascual Giménez, Arhtro Berenguer, Vícente Villaplana y Francisco Paycí, sobre los negros corceles de fuego, los conducen de nuevo por los famíliares campos de batalla en que los vió rnorir España. Sus más bellas mujeres, Lolíta Colonta, Maruja Tornás, Magdalena Go.^rzález, Consuelíto Silvestre, María Gregorio... desvelado el jardín de sus sonrísas, sostienen la bandera de la Medía Luna entre el víento yue le da la bienvcnída. Pero unay otra vez son derrotados, por que ésa es la Hístoría y ése es su destíno. Y el ímpetu gtterrero cede el paso, en rá fagas doloridas, al ardíente pesar de éste pueblo, poeta y señor, que llora la nostalgía del bien perdído: íOh, Granada, la de lossoberbíos almínares, la de lasdoradas ctípulas, la de 1os siete montes en cuyo regazo duerrnes corno duerme la perla en el fondo de los nrares! íSalve, oh, salve, santuarío de Aláh, ensueño del Profeta, suspiro del creyente! Tus desterrados híjos, entre transportes de admiracíón y lágrimas de amargura ínmóvíles ante tus santas minas, te saludamos. lOh, Granada, la perla de Occídente, la de las moriscas galas, la de pintados nrabescos! La hora de tu resurrcccíón asoma por Oríente. Alcíh tc ínspíre para que del polvo de tus ancíanas minas broten los encendidos rayos de una nueva edad de oro, y tu nombrc, aclamado por guerreros ntabales y melodíosas guzlas, vuelva a servír de cita a todas las majestades de la Tíerra. ?!a^ ^aétie^ de lc^ fiestc^ MOROS MARROQUIES ^Qué odalíscas magas, qué amables huríes pulíeron las sedas de vuestros egregíos jaíques, que, arnpulosos, rútílos y regíos, dícen vuestra alcurnía, moros marroquíes? Sarta de sultanes en trance ostentoso; gallardos califas de un reino auroral; en pugna gigante ileváís, orgullosos, galas de Damasco, sueños de Bagdad. Moros marroquíes, los Abderramanes en la gaya fíesta de pólvora y sol; sí no nos urgíeran cristianos afanes, vosotros seríaís orgullo español. MOROS MUSULMANES Orondos de orgullo, como abencerrajes; legíón de sultanes, fíeros, fanfarrones, llevan en los ojos y en los corazones coránicos sueños en amplios mirajes. No cabe en la calle, bullente y sonora, de barbas bellidas la negra teoría; no cabe en el dombo solemnedel día tanto rojo y oro de la hueste mora. Orgullo en sazón de una raza orgullosa, que vuelca arrogancías en regíos derroches; y huríes que bríndan su gracía melosa, como un revívír de «Las Mil y Una Noches». CONTRABANDISTAS EI víento de la tarde, en la montaña, esculpe en bronce su perfil moreno, y es el ángel dormido de su saña relámpago de luz que anuncía e1 trueno. En su dura quíetud que el monte extraña está, como el crepúsculo, sereno. De nostalgías sín voz se sabe ileno por el cauce angustiado de su entraña. Quísíera descansar, no soñar nada, sobre esta antigua soledad callada que anochece impasíble ante su vista. La tarde, de su gesto enamorada, besa ardíente, y con un beso conquísta, su bravo corazón contrabandísta. ZINGAROS Por la madrugada en flor la caravana se aleja... Noche y día su camíno el horizonte penetra... Pasos que marcan su ritmo al son de la pandereta. Tierra empolvada de luna, oro del sol que los besa, hechizos de luna y sol en la llama de la hoguera, al conjuro de víolines que desgarran su trísteza. Con temblor de cascabeles la negra noche les vela. PI RATAS Caballeros del víento, no hay bandera que frene el huracán de su coraje, y en inquieto y audaz peregrinaje de la mar ensancharon la frontera. Son los híjos del mar, la raza fíera que juega al cara o cruz del abordaje, a caballo del pérfido oleaje, su azarosa existencía marinera. Y en el palo mayor de su navío vuela al aire imperial la calavera, embajada de amor que a la locura hace el grito tenaz de su albedrío, ç^j ^ r,, su sangre de dolor sin prímavera, su destino de mar y de aventura. CRISTIANOS ESTU DIANTES iLa hueste cristíana! Cruces desveladas de ansíedad guerrera, bajo una bandera que el sol borda en oro en la grácíl mañana. Crístíanos de capas aírosas, de plumas sedosas, que afioran proezas de Flandes, y que allcí en los Andes rítmaron un día gestas fabulosas. iLas huestes cristianas! Leones de Dios en el duro combate; furía castellana, que solo se abate, piadosa y galante, ante un rozaganle balcón florecido de rísas lozanas, o ante un rcligioso clamor de campanas. aw^ to MOROS REALISTAS Moros de la morería, moritos 1os de1 Iforcín, con su lanza y su gumía y su extraña algarabía soñando quirneras van. Sueñan conquístar crístianas para enríquecer su harén; suefian mocítas galanas; pero ellas, corno sultanas, se crecen cunndo los ven. Estudiantes, finos y galantes, esputna gozosa en la fiesta sin par; con la negra ropílla Iustrada, con la almídonada gola pícaresca, y el lápíz gigante, que en lances de amor y de tuna galante muy larga es la cuenta que habrá de apuntar. Estudiantes, fulleros, tunantes, bullícíosa espuma de loco champán; de las chícas las dulces rníradas, como hipnotízadas, detrás de vosotros prendídas se vari. NAVARROS Moros de ias anchas fajas, moros del corto calzón, nuestras bellas Líndarajas no buscan vuestras alhajas, sino vuestro corazón. iNavarra! INavarra! Fulgor de leyenda en la límpía moharra de vuestra bandera de recío ondear. Híerro en las cadenas, sonoras de gloría; híerro en las espadas, que forjan historía; híerro, en vez de nervíos, en el brazo audaz. Pasan los navarros, fornídos y austeros, cual ntonjes guerreros; robles que a cruzadas curtió el huracán. Nostalgias de lucha en ia clara retina; fragancía de lis en la aírosa boína, y en el pecho un crilíz de fíera lealtad. iPaso a los navarros! IPaso a la príncesa, gentil Doña Blanca -la Hístoria en sorpresa que al frente de altivas mesnadas recobra su trono en un sueño fugaz! ^studi^Htes contírnía,-a pesar de sus nueve años, como nueve siglos, de exístencía-cosechando mo numentales calabazas en 1os exámenes anuales de discíplina y seriedad en los desfiles. F_n las otras Comparsas, incluso la Banda de Músíca es una masa grave, sería y ajena a la Fíesta, que al cumplír su obligacíón de tocar con la mísma círcunspec ción con que lo harían en una procesión, ímponen una ínvoluntaría nofa de severídad en 1os des fíles y refrenan algo la jarana de los mozuelos que juegan a moros y cristíanos. Sin embargo, entre los Estudíantes, 1a mísma Banda de Mtísíca es una parte más de la Comparsa, rívalizando con los comparsistas en ínventar íriédítas cabriolas y regocijados desfíles que provocan atronadores aplausos en el gentío, lo que coristítuye uno de los mayores éxitos anuales de esta Comparsa. Han tenído el honor de ser portadoras de la bandera negra cori el líbro y la pluma (probablemente un «Líbro Mayor» y una «Wa terrnan» sí actualízáramos los símbolos), las señorítas Conchíta Gosálvez, Angelíta Vera, Rernedítos Juan, Juanita Viern y Amelia Navarro Brazal; y han ostentado las tres estrellas teórícas los se ñores Miguel Bellot, José Vera Juan, Juan Míra, Rafael Navarro y Joaquín Tordera. ^ A Comparsa de F.stu diantes, una delas más ancianítas de laFíesta, FOTO O. PORTA ^ontrabandístas de la ga^a fie5ta, í,qué fabuloso alíjo estáís e5peranáo, alertaáos l^acía las ter^as lejanías? ^^oñáís acaso alíjar, para el exacto boato de nuestras abanáeradas, todos los rosícleres de las auroras de ^IIJa^o ^ toda la sedería lumínosa ^ a3ul de los tíernos cíelos alícantínos? Gristi^^a^s STA noche pasnda se nos hn presentadoen sueños nada rnenos que el Cíd Campeador. Ver^íu a habinrnos de La Comparsa de Cristianos• de la que él llainaba su Comparsa i -_ -íRayos y centellas! lEl Espírítu de1 Señor me valga! ^Fuí yo acaso menos hombre por ntris que le resultaran extraños los trajes y las armas. -1:n verdad que esos señores, esos entusiastas fundadores de la tropa cristíana, son ya rnis amigos. Julirin Maestre Maestre (q. e. p, d.) Juan Olcina, Romualdo Guallart, Rafael Tortosa, Rosalino Tordera y taritos otro ŝ socios fundadores de la Comparsa, ocupan un escogído lugar en mi corazón de viejo guerrero castellano. -^Como sabéís todo esto, señor?-nos atrevímos a preguntar. -Sé eso y muchas cosas más, ígnorante mortal. Sé y recuerdo que en F.nero de 1945 se estremecíó de júbílo mi espírítu. Por vez prímera, después de muchos años, apare cieron en vtiestras calles las mesnadas crístíanas, herederas de un pasado de honor y de bravura, que forjaron a golpe de espada y bote de ianza mís valierites caballeros. Lleno de orgullo, he seguido la marcha anirnosa de la Comparsa y, si hoy pudíera bajar a vuestro valle, no tendrían otro Capifán vuestros comparsistas. - Tendréís que dísculpar, señor su anacróníca vestimenta. Se pensó vestír, en un princípío, el traje de cruzado, pero acabó por prevalecer la opiníón de los que asegura ban que «los hombres deben vestirse por los pies y no por la cabeza», se adoptaron los trajes actuales. ^eto , , por vestir mí cota de malla? Me gustaría saber quíenes fueron esos malandrines. -Sabréis, señor, en carnbio, los nombres de 1os nueve Capítanes, para que los añadaís a la lísta de vuestros in mortales. Julián Maestre, Juan Olcína, Isídro Aguado, Vicente Busquíer, Jesús Navarro, Pablo Maestre, Manuel Martínez, Romualdo Guallart y Sínteón Francés, condujeron a la tropa cristiana al combate y consiguíeron señalados tríun fos para la causa de la Rcconquista. -llecíd a mís Capítanes, que en el cíelo se encíenden estrellas para conmemorar sus vicforias. -Hablemos, señor, de las Abanderadas. ^Qué opinais dc esta poéfíca íntcrvencíón de la mujer en 1a fiesta? -Que es una acertada conjunción de la flor con la seda, de la belleza con la tradicíón, que a muchos Ilevará a adorar al santo por la peana. No puedo tener más que palabras de elogio y admíración para estas doncellícas que han revalorizado la Fiesta: Lolíta Vídal, Salud Busquíer, Celía Ferrándiz, Pepíta Santos, Josefina Juan y Maruja Agulló. Ní siquiera mi Jimena, que era hermosa como la aurora, podría ensombrecer la belleza de sus ojos, la arrnonia de su figura, el írresístíble encanto de sus gestos de princesa. F_n esfe momento de nuestro sueño, nos interrumpíeron unos terribles morazos, que pretendían rodear al Cid. Al desperfar sobresaltados, todavía flotaban en nuesfro recuerdo las últímas palabras del buen caballero al cargar contra sus enemígos: íSantíago, y cíerra Fspaña! ^ ° s^ a^^^ , ^«;. , ^^^^t2 ^ ^ 1 1^e ^ ! ^ _ . F.,. ^^. ^ ^ ^ ^ f ^^ ^os ^H^ . croHisx^os eH lá f iestá ISTINGUIREMOS desde un primer momento entre ana cronismo voluntario y anacronismo inconsciente. Es sólo el primero el que nos interesa considerar aquí. En general, este anacronismo voluntario es sólo un extraño modo de expresión del arte. Podríamos decir que consiste en un error intencionado, que se produce consciente, supeditado al logro de un efecto artístico. Y estamos ya, con todo esto, en el caso de nuestras «Fiestas de Moros y Cristianos», plagadas de descomunales y diverti dos anacronismos. Se ha querido -pensamos- dar con ellos mayor esplendor a esta evocación anual de la colosal empresa de la Recon quista. Y como no nos duelen prendas, digamos desde ahora que nos agrada esta tergiversación de la realidad, que a na ser la primera del mundo. Tal vez fueron sólo razones de comodidad las que movieron a cambiar el hierro por la seda. De cualquier modo, nos complace ver desfilar por nuestras calles los viejos tercios de la España de Felipe II -mejor o peor imitados- aunque sería una grata sorpresa ver apare cer un día las rudas mesnadas del conde Fernán González reivindicando sus derechos. En esta bullanguera procesión que pasa, reparamos ahora en los contrabandistas. ZQué extraña fuerza los arrancó de sus montañas para ofrecernos -de contrabando- el magnífico regalo de su pre sencia en la Fiesta? Con la faja de seda bien ajustada a la cintura, garbosos y morenos, han venido al galope de sus finos potros andaluces. Son la carne y la sangre de una raza que se consume en violencias de amor y de guerra. Ellos me die engaña; que nos entusiasman estas banderas de luz y de alegría desplegadas al viento del disparate por nuestras calles eldenses, jubilo sas y endomingadas. Casi todos los años hemos pre senciado -de más cerca o de más lejos, de más alto o de más bajo el desfile de las Comparsas en los primeros días de la Fiesta. Hemos contemplado la marcha arrogante de los famosos Cristianos. Sus anchos chambergos de plumas airosas parecen estar descontentos sobre las nobles cabezas, pugnando por rendirse ante los encantos de las bellas mujeres que aclaman su paso. Sus fuertes botas de mil le guas resuenan buscando las rutas de Flandes. Las gloriosas espadas toledanas, envejecidas fuera de sus fundas, devuelven al sol su saludo centel lea nte. Por un momento hemos creído ver al frente de la tropa la figura alargada del duque de Alba, seco y altivo sobre su blanco caballo de guerra. Pero hemos debido equi vocarnos. ZCómo iba a estar este duque de Alba en la Reconquista? Sin embargo, éstos son sus hombres. Estos son los heroicos tercios de Italia que marchan ahora a los Países Bajos, Ilenando los campos el estruendo de sus armas, a recibir un segundo bautismo de sangre y de gloria, que los consagrará para siempre en la Historia con el nom bre inmortal de Tercios de Flandes. Por arte y gracia de la Fiesta, combaten a los moros estos caba- Ileros. Sus bigotes a la borgoñona deben sorprender no poco a los sa rracenos. Brillan por su ausencia las cotas de malla, los yelmos empena chados, las férreas armaduras que caracterizaron a la Reconquista. ZPor qué este error -que no pue de menos que ser consciente y bien consciente-, nos preguntamos? Mis teriosas y artísticas razones de la Fiesta. Tal vez se conceptuaron más vistosos estos uniformes. Tal vez se consideraron más representativos de la raza unos tiempos con los que la infantería española Ilegó a jor que nadie conocen los ocultos senderos de la serranía, los amplios barrancos, los escondrijos seguros. Por una vez van a ayudar a la Jus ticia. Sus ardientes coplas ya no re corren las cordilleras ni se despeñan por los valles, buscando los ecos dormidos. Animosos y serenos, se aprestan a la gran obra de la Re conquista. En los temibles trabucos está impaciente la pólvora que ha de oscurecer el fulgor de la Media Luna. Y nos preguntamos: Zhabían ya contrabandistas en tiempo de Fer nando III, el Santo? ZPasarían ya por Gibraltar, «de ocultis», las famosas medias de «nylon» america nas? ZApreciarían ya en su justo mérito, los bizarros caballeros del Medievo, las finas cualidades del lápiz «Tangee» que no deja la hue Ila del ósculo galante? Estamos de acuerdo con todo el mundo en cuanto a la gran belleza plástica de esta comparsa, y en el acierto que ha significado su incor poración a la Fiesta. Podrían ser muchas las razones de su presencia en ella. Quizá un inconsciente deseo de rehabilitar una «profesión» que, a la mayoría de los españoles, no nos parece - inexplicablemente demasiado mala. Tal vez sólo el afán de aprovechar sus vistosos tra jes y atavíos, o de enfrentar al enemigo común la dorada leyenda de valor de un Diego Corrientes o un Jaime, el «Barbudo». iVaya us ted a saber! Lo cierto y verdad es que estas chaquetillas cortas y estos sombreros calañeses, que eran el atuendo de la gracia y majeza del sur allá por los tiempos de la pri mera República, juegan un lucido papel en esta apoteosis de la pól vora, con la que se conmemo ra a tiro limpio la bendita Recon quista. Entre el abigarrado conjunto del desfile, destacamos por un momen to la negra ropilla truhanesca. iYa Ilegan los estudiantes! EI traje es severo; apenas si alegra algo el conjunto el rizado capricho de la gorguera. Pero, en este caso, la procesión de color va por deniro y no tarda en manifes ta rse. Bachilleres, pedantes y trapaceros, en su tiempo tuvo la Universidad cien Facultades de humor, picaresca y galanura, que no pudo controlar el señor Rector. ZEn qué insospechadas aulas aprendieron esos decires de amores, esa ciencia del embuste y esa fatua presunción? Ellos compusieron, allá por Salamanca, con la pluma de ave y la tinta infernal, gloriosos Manuales de la Trapisonda, que aún recuerdan, nostálgicos, los viejos muros de la Universidad. Con loco manteo de sus negras capas -violín y guitarra, bandurria y panderos iban entre chanzas a beberse un vaso de buen vino, para elevar más tarde bellas serenatas a las más hermosas de la ciudad. ZQué taumatúrgica mano ha prendido en la bandera de la Fiesta la alegre escarapela de la estudiantina? Quienquiera que fuese, aplaudamos la idea. Se ha incorporado de golpe a la cruzada contra el moro, por obra y prodigio de este sencillo anacronismo, a la intelectualidad española. Cierto que en la época remota de la Reconquista no existían en Es paña, ni en el mundo entero, verdaderos estudiantes. Muy cierto que estaba por aquel entonces la cultura confinada, con caracteres de casi completa exclusividad, en iglesias y monasterios. Pero nada de esto importa demasiado a la ju ventud estudiosa que más tarde adquiere carta de naturaleza en las dos Castillas. Ellos no pueden quedar fuera de la lucha gigante en la que se debate el porvenir de España. Y, con el ímpetu de sus años mozos se cuelan simbólicamente en la Reconquista. Abandonan la pluma y toman las espadas, dan do al mundo el más hermoso ejemplo de hermandad de las letras y las armas. Con su andar perezoso y su cálida sonrisa errante, entre el dulce gemir de sus violines y el chirriar de sus carretas, se nos vienen encima los zíngaros trashumantes. Van en busca de nuevas tierras, de nuevos paisajes donde abrevar sus almas, sedientas de luz y de colores. Vienen coronando montañas, desvelando horizontes, persiguiendo al arco iris en su afán incansable. Se han detenido un momento ante nuestros ojos asombrados que se Ilenan por completo del trasiego veloz de panderetas y sombreros, de cintas multicolores y vistosas blusas estampadas. Como por obra de encantamiento, han surgido sus bailarinas de los carromatos, al conjuro irresis tible de la czarda. En un rito primitivo, danzan la luz y las sombras mientras tintinean las falsas monedas que adornan las frentes de las bailarinas y marcan los broncos panderos un lejano y misterioso contrapunto. ZQuién hace prisioneros a estos compañeros del viento? ZQuién encadenó su suerte al loco empeño de la Cristiandad en armas? Aquí están los hijos de la Bohemia, los nómadas de todos los caminos, los inquietos súbditos del mundo. En la prieta caravana han florecido las brújulas del destino, seña lando una ruta de muerte o de gloria. Indudablemente que es anacrónica la incorporación de estos nómadas a la Fiesta. ZSe ha querido hacer simbólica de alguna cosa su inusitada presencia? Pensamos que ésta bien podría representar un deseo de integración de todos los ele mentos disponibles en la causa común y urgente. Otra razón histórica de solidaridad podríamos presentar que justificase el anacronismo. Hungría tuvo que resistir también los asedios de la Media Luna, representada allí por los turcos, que la invadieron en el año 1340. Pero si hemos de hablar-escribir-con franqueza, dire mos que, en nuestra opinión, nada de esto movió los ánimos hacia la inclusión de esta comparsa en el conjunto de la Fiesta. Más bien pensamos que fueron su brillante cromatismo, su leyenda y su magia musical los que merecieron el riesgo y el honor de alternar con los héroes de la Reconquista es pañola. Y por último, sobre el incesante oleaje del desfile, prenden al abordaje nuestra atención los audaces piratas del Caribe. Han nacido sobre las saladas y blancas espumas, del oscuro maridaje del mar con las tormentas. Son los dioses de una geográfica y azul mitología de vientos y constelaciones, que nada tiene que ver con las sirenas. Sus negras banderas de horror y de guerra han jugado un sangriento escondite de muerte sobre el ancho patio de los siete mares. Traen sus pe sados sables de abordaje, sus grandes pistolas, sus rostros curtidos por el sol y la sangre. Se saben valientes y odiados. Saben que su vida es un puro azar. Saben que, en la noche, la terrible borrasca, la nave enemiga, el rayo o la herida, aguardándoles están. Saben que a la Muerte la Ilevan pren dida, colgada y cautiva, del palo mayor; pero que un mal día, soberbia y señora, se rebelará. Pero mientras Ilega, Zqué im• porta la muerte? Contra el duro cielo, sobre el barco en Ila mas, frente al enemigo o en la soledad, su vida es un canto, rotundo y altivo, a la libertad. ZQué ocultos tesoros brindaron las entrañas de España, que así tentaron su codicia proverbial? ZQué ignoradas geo• metrías de playas y arrecifes recibieron el dardo enfebrecido de esta singladura extraordinaria? Sus banderas se han pues to al servicio del Mal. Estas gentes indeseables que vienen a nuestro suelo, no traen una misión altruista de ayuda y her mandad. Vienen codiciosos de botín y de riquezas, fascinados por las torpes promesas del moro y la fácil presa que España le parece a su ignorancia. Y si pretendemos hallar el origen, encontrar las causas de la aparición de la bandera pirata en nuestra Fiesta, nos ten dremos que declarar vencidos. Ni por los pelos- como otras veces- podemos traer a colación alguna circunstancia que nos explique el flagrante anacronismo. ZQué actualidad pueden tener en la evocación popular de la Reconquista los célebres piratas del mar de las Antillas? iComo se han trasplantado a España, y a los siglos de la gloriosa lucha por la unidad, a una casta de bandidos que pululó por la América Central, muchos años después de la Conquista de Granada? Porque piratas ha habido en todos los tiempos; robos a mano armada en alta mar y saqueo de los litorales los han conocido todos los tiempos y todos los mares. Pero lo raro, lo insólito del caso es que estos piratas que recorren nuestras calles son los mismos piratas de Mor gan y del Capitán Kidd, los piratas de la edad de oro de la piratería. Y así, burla burlando, podríamos seguir señalando nuevos anacronismos, tremendos disparates que se convierten en vailosos motivos que jalonan la fiesta de originalidad y de alegría. Hablaríamos de este hecho singular-más bien paradoja que verdadero anacronismo- de endosarle el patronazgo de la Fiesta a un santo -San Antonio Abad- que tuvo tan poco de guerrero como mucho de hombre sencillo, de vida tran quila y retirada. Y hablaríamos también de la anacrónica intervención de las armas de fuego -trabucos y arcabuces- en una guerra en la que las únicas armas posibles fueron la espada y la lanza, el venablo y la ballesta. Porque, aunque es cierto que la pólvora -empleada por primera vez en la batalla de Crecy, en 1346- era ya conocida, y había sido empleada por los Reyes Católicos en la campaña final contra el Reino de Granada, no es menos cierto que su aplicación se redujo a una rudimentaria artillería. Este perfeccionamiento que supo ^^laras y Gristi^has, vist^ y seHtida, ^ar uH ^^driteiza IS buenos amigos eldenses me piden para la Revista del Programa Oficial de sus Fiestas de Moros y Cristianos, mi opinión de cómo he visto, y cómo son, para uno que no es levantino, sus tradicionales festejos de Primavera. A tan inmerecida deferencia, no podía ni debía ne garme, correspondiendo con ello a una sincera y profunda amistad. No es propósito mío hacer en este Programa un panegírico y descripción de sus Fiestas de Moros y Cristianos. Otras firmas más sol ventes y mejor cantadoras de su belleza lo hacen en páginas anteriores con más tino y acierto que lo pueda hacer un modesto crítico deportivo. Sólo es mi deseo que este juicio transmita debidamente mis sentimientos y capte a los que ignoran estas atrayentes Fiestas. Los que vivimos y somos de Castilla, desconoce mos muchos de los festejos tradicionales y de raigambre histórica que se celebran lejos de nuestra meseta central. Tal es el caso con estas inigualables Fiestas de Moros y Cristianos, que en casi todos los pueblos del litoral levantino se celebran con gran esplendor. Por azares de la vida deportiva, Ilegué cierto día a Elda, en donde muy pronto me atrajeron los co mentarios y presencié algo de los preparativos de lo que pocos días después había de celebrar la industriosa y rica ciudad eldense. Aquello, con toda sinceridad, diré que me Ilenó de curiosidad y deseos de ver lo que con gran euforia había oído comentar. Y en su día volví a Elda para ser testigo de lo que tanto me habían elogiado y expuesto de lo que, yo ahora os digo, es incomparable con otras fiestas típicas lejos de Levante. Y lo que antes era para mí i^os wxacronisKSOS ex [a. fiesta (conclusión) ne el arma de fuego individual no se Ilegó a alcanzar hasta muchos años más tarde. Pero estos contrastes de tipos y colores, esta calidoscópica sucesión de imágenes, nos transporta, en presencia del desfile, a los más remotos ambientes y paisajes. Nos distrae, nos en tusiasma, y nos Ilena el alma de fiesta, que es lo .que se pretende. AI paso de tanta brillante comparsería, nos sentimos estu diantes dicharacheros o zíngaros errantes, aguerridos mora zos o terribles piratas navegantes, cristianos y navarros del más bravo romance o sigilosos jinetes de la serranía. Todo un mundillo festivo y farandulero desfila ante nuestros ojos. Un poco de ilusión nos viene y se nos va con cada traje, con cada estampa evocada por el paso garboso de los compar sistas. Y ésta es la fiesta y su asombroso anacronismo, señores. Una algarada de deslumbrantes luces y motivos, una cinta de fastuosa fantasía, una despreocupada amalgama de los más peregrinos personajes-moros y cristianos, piratas, zíngaros, contrabandistas, navarros y estudiantes- que nos sumerge por unas horas en el mundo dorado de los sueños y los imposibles. ^odo[fo Cjuarirsos vgmat desconocido, desde hace tres años, ya no lo es por fortuna. Y he aquí que, desde entonces, he venido presenciando y presenciaré, si Dios lo quiere, junto a los buenos amigos eldenses, sus inigualables Fiestas de maravilloso espectáculo. Y es más: yo que comencé de espectador terminé por incorporar me como comparsista, al subyugarme, por envidia, a esa emoción y diversión al mismo tiempo, difícil de transmitir a quien no haya vivido esas jornadas festeras, para darle a entender perfectamente el sentimiento hondo que Elda experimenta en esos días. Cuando escribo estas líneas, lejos de Elda, pienso en el muy próximo instante ansiado en que otro año se va a dejar paso a la fantasía y alegría de unirse cada comparsista a su banda de música para marchar juntos con el desfile inicial por sus amplias calles, desfile que abre la más franca y sana camaradería entre tados los eldenses, sin dife rencia de clases. Y muy pronto, las alegres notas musicales se mezclarán con el regocijo de su ve cindario, que parece querer saludar y abrir los ojos a los espectadores forasteros, que no aciertan a comprender tanta magnificiencia y tanta fe con juntadas en hechos históricos. Y ante el claro día levantino, primaveral, de este mes de junio, harán su entrada las comparsas del Bando Moro, tostados, como si lo hubieran sido por el sol implacable del desierto, con sus relucientes vestiduras recamadas de oro y piedras preciosas, al son de tarbukas y flautas, en un paso rítmico y lento típicamente moruno, seguidos de espléndidas carrozas que transportan bellísimas esclavas rodea das de bajás y negros. Irán a continuación los Cristianos en comparsas Ilamadas de Zíngaros, Na varros y Contrabandistas, luciendo sus componentes los más lujosos atavíos y las más preciadas galas, tras unas bellas abanderadas, representación ge nuina de la más amplia belleza femenina de Elda, subidas sobre nerviosas cabalgaduras ricamente enjaezadas. Y, entre la seriedad de los soldados representativos de la Cruz, no faltará la alegría y desenfado de la Comparsa de Estudiantes, como no ta de optimismo y travesura, que en todo momento da en las calles de Elda, menos en las horas vesper tinas, cuando se realiza la pérdida y reconquista del Castillo simbólico, por el que luchan Moros y Cristianos, como lucharon durante ochocientos años. Y en esos desfiles y en esa guerrilla con la fanta sía y vistosidad de sus comparsas, se plasma la mejor admiración de una Fiesta emotiva en Elda, completa de colorido abigarrado y multiforme de las sedas con que se engalanan sus Moros y Cris tianos, que subyugan a sus nativos y forasteros, hasta hacer olvidar por completo, durante cuatro días, la afabilidad o sinsabores de la vida cotidiana. ^. ^a Zarre GRANDES FIESTAS DE MOROS Y CRISTIANOS EN HONOR DE SAN ANTONI-O ABAD SUMARIO DE LA REVISTA SALUDO Por la Junta Central de Comparsas - Pág. 1 DEDICATORIA » 2 ROMANCE DE LA HIDALGUTA Juar1 Madrona » 3 ABANDERADAS Francisco Mollá Montesínos » 4 ZINGAROS » 6 ELDA MUSULMANA Alberto Navarro » 7 LA PATRIA CHICA Antonirio Motos » 9 MARROQUIES » 10 FOTOGRAFIA DE COMPARSA DE NEGROS O. Porta » 11 CINCO TRAJES DE CONTRABANDISTAS Juan J. Prímo Guarinos » 12 NAVARROS » 13 FUTURAS ABANDERADAS » 14 CONTRABANDISTAS » 15 ELDA A TRAVES DE MIS GAFAS Juan M. Ibáñez » 16 PIRATAS » 18 MUSULMANES » 19 FIESTA DE LUZ EN LEVANTE Ernesto García Llobregat » 20 LA FIESTA EN BROMA » 22 REALISTAS » 23 VOZ POETICA DE LA FIESTA Grupo Dahellos » 24 ESTUDIANTES » 26 FOTOGRAFIA DE CONTRABANDISTAS O. Porta » 27 CRISTIANOS » 28 LOS ANACRONISMOS EN LA FIESTA Rodolfo Guarínos » 29 MOROS Y CRISTIANOS, VISTO Y SENTIDO POR UN MADRILEÑO R. Latorre » 31 JUNTA CENTRAL DE COMPARSAS Carícaturas de Esteban » 33 GUION DE FESTEJOS » 34 `[ Nr1 fA ^e•1 t^•Q ► f ^ON^1 A1SA5 ^ PRESIDENTES HONORARIOS t^cntt^. J^. ^irnc^e Ke t;)CAa. y ^. ^trlé ^^^a^túte^ ^on^ále^ PRESIDENTE I^. IIQAl1^0 IIQI`Q^ ^lId1I VICEPRESIDENTE ^^. ^elta^^ ^/era ^^a9a^^c^ SECRETARIO (^. ^^nu(atc^e^ ^ua^^art l,JventaL^el TESORERO nf^nia ^e^mar U^a^Ya^^c+ A Ñ O 1 9 5 3 BANDO CRISTIANO CRISTIANOS Capítán: D. Emílío Agulló Maestre Abanderada: Srta. Maruja Agulló Maestre B A N D O M O R O MOROS REALISTAS Capitún: D. Saturníno Navarro Pomares Abanderada: Srta. Antoñíta Juan Ferrández NAVARROS Capítán: D. Francísco Amat Abanderada: Srta. Carmen Sánchez MOROS MUSULMANES Capitán: D. Francisco Gil Garrígós Abandcrada: Srta. Lauríta Fíto Pínos CONTRABANDISTAS Capitán: D. José M.° Jerónimo Pércz Abanderada: Srta, Socorríto Román Cremades MOROS MARROQUIES ESTUDIANTES Capítcín: D. Pedro Díaz Rurruezo Ahandcrada: Srta. Hortensia Rornán Morcno Capítán: D. Rafael Navarro Abanderada: Srta. Amnlía Navarro Brazni ZINGAROS Capítán; D. Pedro García Abanderada: Srta. Manolíta Riza PIRATAS Capitán: D. Francisco Mícó Palao Abanderada; Srfa. Carmina Payá Rocamora EMBAJADOR CRISTIANO EMBAJADOR MORO D, Jesús Navarro Hellírt D. Francisco Hellín Alrnodóvar P R 0 G R A M A de los festejos y solemnes cultos que se celebrarán en la Ciudad de Elda durante los días 6, 7, 8 y 9 de Junio de 1953 en honor de SAN ANTONIO ABAD DIA 6, SABADO A las siete de la tarde, todas las Comparsas con sus Músicas, Abanderadas y Capitanes, se concentrarán en la Iglesia Parroquial, y en unión de las Autoridades, Jerarquías del Movimiento y Junta Central, se dirigirán a la Ermita de San Antón donde se formará la Procesión que terminará en el Templo Parroquial. A las once de la noche, reunidas las Com parsas con su Junta Central en la Plaza de José Antonio, ofrecerán sus respetos a las Autoridades locales en el Ayuntamiento y, acto seguido, entre los disparos de una traca, comenzará la Gran Retreta que, presidida por las Autoridades y Junta Central e integrada por todos los Comparsistas con sus Abanderadas, Capitanes y Bandas de Música, recorrerá las principales calles de la población, terminando en la Gran Avenida, donde se dispa rará un espectacular Castillo de Fuegos Artificiales compuesto por un famoso pirotécnico. DIA 7, DOMINGO A las ocho de la mañana, Grandiosa Diana por todas las Bandas de Música que, partiendo de la Plaza de José Antonio, recorrerán toda la ciudad. A las ocho y medía, M iSq Rezada en nuestro Templo Parroquial, de especial cum plimiento para todos los comparsistas. A las nueve y media, todas las Comparsas, una vez recogidos sus Capitanes y Abanderadas, se dirigirán a la Avenida de Chapí, en donde dará principio la Triunfal Entrada de las Comparsas A las cínco y medía de la tarde, ^ _ ___._ Gran Novillada con Picadores en la que se lidiarán seis magníficos ejemplares de la ganadería de Jesús Sánchez Arjona, de Salamanca, por los diestros Joselito Alvarez, Pepe luis Méndez y Rafael Figuera «Armillita» A las ocho de la noche, con el disparo de una monumental traca, se iniciará la Solemne Procesión en honor de San Antonio Abad, a la que asistirán todas las Comparsas y será presidida por las Autoridades y Junta Central. A las once de la noche, Gran Concurso del Pasodoble en la Plaza de Toros, seguido de una Monumental Verbena homenaje a todos los comparsistas. De ambos actos se darán detalles en programas especiales. A las doce, Gran Baile de Gala en los Jardines del Casino Eldense. DIA 8, LUNES A las siete y medía, Brillante Diana como en el día anterior, por todas las Bandas de Música. A las nueve y media, reunidos los ejércitos Moro y Cristiano en la Avenida de Chapí, se verificará un Fastuoso Desfile por el mismo itinerario del día anterior. A las cinco y medía de la tarde, Tradicional Simulacro de Guerrilla con nutrido fuego de arcabucería y ataque por los Moros a la formación Cristiana, terminando en la Gran Avenida, lugar del emplazamiento del Castillo, donde se efectuará la Embajada del Moro al Cristiano y asalto al Castillo, símbolo de la Ciudad, del que serán desalojados todos los Cristianos, que dando en poder de la Media Luna. A las doce, en los Jardines del Casino Eldense Gran Baile amenizado por una gran Orquestina. DIA 9, MARTES A las díez y medía, las Autoridades, Junta Central y Comparsas, se reunirán en la Plaza de José Antonio, desde donde se dirigirán a nuestro Templo Parroquial para celebrar la Santa Misa que, en acción de gracia a San Antonio Abad, le ofre cen los organizadores de los festejos. Antes de dar comienzo la misma, se hará la piadosa Ofrenda a la Virgen de la Junta Central, Abanderadas, Capitanes y sus cortes de honor, quienes postrados de hinojos a los pies de nuestra Excelsa Patrona la Santísima Virgen de la Salud, ofrecerán por el bienestar y prosperidad de la población sus más fervientes oraciones y profusión de artísticos ramos de flores. Terminada la Misa, se organizará la Procesión para Ilevar al Santo a su Ermita, formando todas las Comparsas con sus respectivas Bandas de Música, Abanderadas y Capitanes, presididas por las Autoridades y Junta Central. Terminada la Procesión, se dirigirán al Hospital Municipal para visitar a los enfermos acogidos. A las doce y media, en el Casino Eldense, Gran Concierto A las tres y media de la tarde, Conciertos y Bailes en diferentes puntos de la ciudad. A las cinco y media, el Bando Cristiano, reagru pando sus dispersas huestes, se lanzará a un Encarnizado Combate contra el Bando Moro, al que perseguirá sin tregua hasta la Gran Avenida, donde se efectuará la Embajada del Cristiano al Moro conminándole a que abandone la fortaleza que será, al fin, tomada por los «soldados de la fe» tras encarnizada lucha. A las once de la noche, Grandiosos Bailes y Conciertos en distintos lugares de la población. A las doce, en el Casino Eldense, un magnífico Festival con Trajes de Epoca dará fin a las Fiestas de Moros y Cristianos. Elda y Junio de 1953. EI Alcalde, EI Cura Párroco de Santa Ana, José Martínez Gonzcílez José María Amat Por la Junta Central de Comparsas: EI Presidente, Pedro Pérez Juan