jueves, 25 de abril de 2024

Terraplanismo

Alberto Requena
27 marzo 2020
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Terraplanismo

La pasión por defender el terraplanismo le costó la vida recientemente. Con un cohete de fabricación casera se lanzó al espacio, pretendidamente para demostrar la teoría que abrazaba en la que la Tierra era plana. Mike Hughes de 64 años, el 22 de febrero de 2020 perdió la vida en California, intentando demostrar algo inverosímil. Puede parecer increíble tal pretensión, pero en el siglo XXI todavía hay quienes mantienen que la Tierra es plana, exactamente, una lenteja, lo que técnicamente se denomina un elipsoide oblate (oblea), como si se tratara de una pastilla convencional del ámbito de los fármacos.

Ciertamente, esta interpretación se hunde en los tiempos más lejanos. La historia tiene enjundia. Eratóstenes de Cirene en el siglo II antes de Cristo, padre de la Geodesía, midió en Siena (hoy Asúan) y en Alejandría, la inclinación de los rayos del Sol, demostrando que la superficie de la Tierra era redonda y estimó el radio del planeta con una exactitud bastante aceptable. En tiempos remotos, como en la lejana Grecia y su antecesor cultural Egipto siempre hubo un interés desmedido en describir el infinito, que siempre ha repugnado a los seres humanos, y se imaginaba la Tierra, sostenida en la mitología, por cuatro elefantes cuyas patas se apoyaban en una plataforma, que a su vez se apoyaba en columnas, que a su vez… Pero, al mismo tiempo, en la Antigüedad no había dudas sobre la esfericidad de la Tierra, basándose en pruebas empíricas que lo evidenciaban, como el hecho de que aparecieran nuevas estrellas a medida que se desplazaban sobre la superficie y el hecho de que el firmamento cambiase periódicamente. Aristóteles  y su seguidor Ptolomeo ya suponían una Tierra esférica. Y la influencia de Aristóteles, para bien y para mal, que de todo ha habido, fue enorme, de forma que en el siglo IV-V, San Agustín y en el siglo VI, San Isidoro de Sevilla, el monje benedictino e historiador inglés, Beda, que vivió entre los siglos VII y VIII, autor de la monumental Historia ecclesiastica gentis Anglorum (Historia eclesiástica del pueblo inglés), de enorme influjo y fue el primero en señalar que el Apóstol Santiago predicó en España, así como Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, sostenían sin duda la esfericidad de la Tierra.

Hay una salvedad en esta interpretación de la geometría de la Tierra y es la debida a Lactancio, que vivió en el siglo IV, que ponía en duda la existencia de los antípodas, imaginando que se caerían, al andar cabeza abajo y burlándose de los que la proponían esférica. Ya en el siglo VI Cosmas Indicopleustes, marino griego nacido en Alejandría que navegó a Etiopía, la India y Ceilán en aquél tiempo. Acabo de fraile y escribió una Topografía cristiana en doce volúmenes. Fue una gran obra en la que se describía la Tierra desde la óptica literal de los textos bíblicos. Desacreditaba la Tierra esférica como pagana y proponía una forma rectangular con la misma forma y proporciones que el Tabernáculo, descrito en el Antiguo Testamento. Estos son los únicos autores cristianos que sostuvieron la propuesta de que la Tierra era plana. La influencia de la obra de Cosmas no tuvo mucho alcance, si tenemos en cuenta que permaneció en el olvido hasta que se tradujo al latín en el siglo XVIII.

Ciertamente, el Renacimiento puso en cuestión las ideas medievales, pero no fue objeto de atención la geometría de la Tierra, sino su ubicación en el espacio. La Iglesia tampoco prestó atención a tal extremo, ya que el conflicto con Galileo, no tenía como objeto otro que no fuera la geocentricidad que le otorgaba un papel central en la creación. En el periodo de la Ilustración, tampoco fue objeto de atención especial. Colón no tuvo duda alguna en la forma esférica de la Tierra.

Hubo un hecho descollante en el siglo XIX con el escritor norteamericano de Manhattan, nacido a finales del siglo XVIII, cuando finalizaba la revolución estadounidense y llamado así, Whashington Irving, precisamente en honor George Whashington y enamorado de la Alhambra granadina, como dejó bien patente con sus cuentos. Pero, además de una obra colosal como literato, indujo a partir de una suposición infundada, que cuando Colón inició el periplo para convencer a sus majestades para realizar el viaje del descubrimiento que se inició ante un jurado, (Junta de Salamanca), presidido por Hernando de Talavera, arzobispo de Granada y éste último le aduce la autoridad de la Biblia para poner en entredicho el proyecto de Colón, arguyendo que la Tierra no era esférica, como aquél proponía. El argumento era bíblico, ya que se refiere una Tierra plana en los Salmos, que el propio San Pablo describe como similar al Tabernáculo, por lo que debía ser plana. Según Irving, el temor de Colón, en aquella época era que contradecir a la Iglesia podía tener consecuencias de entidad. Nada de esto era cierto, pues documentalmente se puede ver que el debate que sostuvo Colón con aquel tribunal giró en torno a lo lejos que podía situarse la pretendida Asia, que era el objetivo del viaje de Colón y poder alcanzar las valiosas e invaluables pretendidas tierras de las especias. La cuestión es que, como es usual, la autoridad de la pluma de Irving, superó la fascinación que produjo su libro sobre la biografía de Colón, pese a que precisara que poca gente sostenía la planaridad de la Tierra: una fantasía.

A partir de Irving han sido muchos los que han sostenido el terraplanismo, hasta tiempos contemporáneos. Hoy algunos románticos con ideas trasnochadas mantienen tal postura. Ciertamente en un mundo muy local, las experiencias son de planaridad. Uno no advierte en su vida cotidiana, desplazándose por el campo o la ciudad, próximas, cualquier cosa que no sea plana en apariencia. La Tierra es plana y es el Sol el que se mueve, esa es la experiencia. Pero para los terraplanistas, hay una conspiración mundial que nos aparta de la Biblia y pretende un engaño de dimensiones planetarias, iniciado incluso en la época de Eratóstenes.

Ciertamente, como señala Puigdomenech, la evidencia científica requiere de la observación, la repetibilidad y la falsabilidad, por las cuales se profundiza para llegar a conclusiones que no son obvias, necesariamente, ni coinciden con la apreciación de gentes no iniciadas. La dependencia de la interpretación del concurso de herramientas que cada vez son más sofisticadas, aleja la puesta al alcance de las conclusiones razonables de los hechos, sistemas y procesos. Microscopios, aparatos de resonancia magnética nuclear, láseres, tiempos de reacciones supercortos, y un largo etcétera, ponen de manifiesto la complejidad de los procesos. En gran medida, depositamos en la autoridad científica la confianza en la descripción de los hechos y procesos. Sorprende, no obstante que algunos puedan pensar que hay un complot científico a nivel mundial interesado en falsear y engañar al resto del mundo. 

Ciertamente, no es muy comprensible que tales confabulaciones puedan tener virtualidad en un ámbito, como el científico, en el que la construcción se hace a lo largo del tiempo, guiados por la curiosidad o necesidad, en casos, de responder a interrogantes formulados en cualquier instancia. Encontrar respuestas, siempre se considera eventual, mientras sea capaz una Tesis de soportar la falsabilidad a la que la van a someter otros autores que anden sobre el tema, o simplemente en la cadena del conocimiento se desvele inútil o incapaz una interpretación concreta. Al final, las respuestas son colectivas y requieren rigor para soportar la prueba.

No obstante hay grupos de gente que no aceptan la estructura del conocimiento que proporciona la Ciencia. El Terraplanismo es uno de esos ámbitos. Es curioso que en un mundo globalizado (no mundializado), aunque sea una estructura económica la única vertiente que lo ha propiciado y algunas consecuencias nos está trayendo y poco agradables, por cierto, pero se siguen manteniendo en reductos ajenos a la aldea global y de carácter tribal como antaño. Solamente desde posiciones muy localistas es entendible una propuesta de esta naturaleza. La cuestión es que cuando irrumpen en el mundo de los demás o forman parte de las estructuras de poder que toman decisiones, entonces son peligrosos para la Humanidad. La ignorancia no suele conformarse con parcelas restringidas, sino que alcanza todo el ámbito. Las cabezas de las personas, son únicas y su capacidad de raciocinio no es diverso, sino que suele aplicar las mismas estructuras.

El caso de Mike Hughes, capaz de perder la vida en una loca experiencia como ésta, pone de manifiesto que, por mucho que apelemos al raciocinio, siguen habiendo reductos, incluso en las clases acomodadas, en los que ellos pudieron pasar por la razón, pero la razón no pasó por ellos. De aquí se induce que todo el esfuerzo que se haga en aras de la divulgación científica es poco. Durante mucho tiempo no se ha atendido esta parcela, que hoy se revela como de las más importantes de la Humanidad. Lo que no se conoce, no solo no se ama, sino que contribuye a multiplicar la ignorancia. Es una de las lacras más nefastas de la Humanidad.

Alberto Requena
Alberto Requena
Acerca del autor

Este blog pretende ser una depresión entre dos vertientes: la ciencia y la tecnología, con forma inclinada y alargada, para que por la vertiente puedan circular las aguas del conocimiento, como si se tratara de un río; o alojarse los hielos de un glaciar de descubrimiento, mientras tiene lugar la puesta a punto de su aplicación para el bienestar humano. Habrá, así, lugar para la historia de la ciencia, las curiosidades científicas y las audacias científico-tecnológicas. Todo un valle.

El eldense Alberto Requena es catedrático emérito de Química de la Universidad de Murcia.

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