viernes, 19 de abril de 2024

Fuera de control

Alberto Requena
11 febrero 2022
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Fuera de control

Con título original Runaway se estrenaba en 1984 la película de Michael Crichton, como director y guionista, en la que Tom Selleck era un policía del futuro que se enfrenta a un malvado científico que ha soltado a toda una serie de robots asesinos en una ciudad con incapaces sistemas de protección.  Los robots son numéricamente superiores y han suplido a mucha gente en sus puestos de trabajo, desde labores domésticas hasta agrícolas o de construcción. Un sargento de policía, viudo que vive con un hijo y su compañera forman parte de una brigada especial que pretende controlar los robots y evitar que puedan ocasionar daños a la población.

Sucede que un robot doméstico mata a varias personas y, analizando las circunstancias técnicas, descubren que estaba programado para ello, concretado en un chip. Se da, por supuesto, que es el primer caso en que un robot mata a un humano. La búsqueda del responsable que cometió tal disparate completa la película, hasta descubrirlo. Resulta ser un científico que ensayó su producción con el mandato a un robot de que acabara con otros dos científicos que lo ayudaron a construirlo. Su objetivo es fabricarlos en serie para venderlos a terroristas u organizaciones criminales o de espionaje. Misión nada fácil que incluye rapto y acaba, finalmente, con la muerte del sicópata y el enamoramiento de los protagonistas, tras una colaboración profesional tan arriesgada.

Traerla a colación es debido a que, con unos cuantos años de antelación, 38 años nada menos, lo que en nuestro tiempo actual es una auténtica eternidad, se adelanta lo que en gran medida estamos observando en vivo y en directo ahora. Por cierto, tan adelantada fue en el tiempo una reflexión de este tipo, que su director y guionista perdió popularidad y dinero, fracasando muy a pesar del prestigio que aportaba su protagonista Tom Selleck, al que no se le conoce otra intervención de este corte de ciencia ficción.

Los ochenta no eran momento para una reflexión sobre el mundo que se venía encima en el que las máquinas estarían en todas partes, unas veces como útiles y otras no tanto. Desde el mundo científico se suele tener una cierta precaución con las propuestas de la ciencia ficción cuando, en realidad, son acreciones de mentes que, partiendo de hechos científicos conocidos, conjeturan un universo en el que sean plenamente operativas las creaciones y las reglas de juego, unas veces claras y saludables, y otras no tanto. En buena lógica, desde la ciencia ficción se aporta la dosis de imaginación que la ciencia reprime para ajustarse a lo evidenciado, dejando de lado la conjetura. Debe ser así, pero eso no quita la conjetura, informe de tendencias, inadvertidas muchas veces, en entornos potencialmente realizables y alcanzables, por tanto.

Las granjas que visitan Selleck y su compañera Thompson, interpretada por Cyntia Rhodes, están llenas de robots que cultivan la tierra, o edificios en construcción en los que dejan caer cosas desde las alturas, o en las casas particulares en las que se desenvuelven, con el agravante de que saben usar armas. Hay una cosa interesante, porque no se trata de que en la película se usen robots humanoides, sino que son desde su propia envoltura como máquinas que actúan de forma programada. La inquietud que transmiten los aparatos propios de la cocina con intenciones asesinas es fenomenal, con el agravante de que son muy similares a las que hoy son populares, incluidos los que cuidan a personas, hoy tan en valor ascendente.

No tiene desperdicio la película vista hoy y comprobar la enorme habilidad de su guionista director al emplear elementos que, indiscutiblemente, serían, con el tiempo, usados con plenitud, salvo que hoy son objeto de reflexión y valoración de las consecuencias. Es muy probable que la astucia del guion pudiera haber sido una alerta en su momento, porque el debate que se mantiene en la actualidad y las dudas a nivel legislativo para ordenar y prever las consecuencias de la autonomía de los dispositivos y las responsabilidades civiles y penales de aquellas se pudieran haber madurado con el sosegado reposo y con suficiente antelación. La conducción autónoma ya aparece en la película y hoy es objeto de intenso debate, aunque en círculos reducidos y no faltan los pasos adelante y nuevamente hacia atrás, conforme se van dando las circunstancias, unas veces favorables y otras negativamente perversas.

Básicamente, como deja entrever la película referida, la tecnología implica usos y estos son los que son, como vamos viendo con todas ellas, muchas veces sin atender a aspectos éticos más de lo deseable. Hasta ahora la cosa no ha pasado a mayores, porque en el fondo los dispositivos empleados en la producción están programados, pero no tienen capacidad de decisión, más allá de lo previsto en sus programas informáticos. Ahora hay un cambio cualitativo, porque cada vez más los dispositivos van incorporando capacidad de decisión y un aprendizaje autónomo que les capacita instrumentalmente a decidir la respuesta ante la situación planteada.

No podemos permanecer ajenos al debate en vivo de una cuestión en la que nos va mucho en ella. No es conveniente quedarnos en la anécdota de si la traducción es buena o excelente o qué gracia nos hace la comunicación en lenguaje natural. La capacidad de decisión de los dispositivos significa una autonomía al margen de nosotros, que solo el constructor conoce los detalles y que sus aciertos o fallos se dan sumergidos en nuestra, cada vez más, próxima intimidad. La cuestión es seria. No se trata de ciencia-ficción, se trata de nuestro mundo real, el que vivimos. Pasados los años transcurridos desde 1984, cuando se produjo esta película, hasta hoy, no habrá vuelta atrás, será el mundo que hemos dejado diseñar y crear a los que tienen intereses en ello, que puede que no coincidan con los nuestros.

Alberto Requena
Alberto Requena
Acerca del autor

Este blog pretende ser una depresión entre dos vertientes: la ciencia y la tecnología, con forma inclinada y alargada, para que por la vertiente puedan circular las aguas del conocimiento, como si se tratara de un río; o alojarse los hielos de un glaciar de descubrimiento, mientras tiene lugar la puesta a punto de su aplicación para el bienestar humano. Habrá, así, lugar para la historia de la ciencia, las curiosidades científicas y las audacias científico-tecnológicas. Todo un valle.

El eldense Alberto Requena es catedrático emérito de Química de la Universidad de Murcia.

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