viernes, 26 de abril de 2024

Todo es por la luna

Pablo Ángel Sánchez
30 mayo 2021
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Todo es por la luna

Parece que el frío viene y lo agradezco. Vuelvo a la carga con las visitas domiciliarias, volvemos con las famosas metas: hoy tengo que buscar a niños que no están vacunados. Mientras lo hago me encuentro con mujeres que quieren que les mida la presión arterial. Por lo visto, es una patología que abunda en esta zona.

Después de una semana de caminar con la búsqueda de una cosa, fluyo con las necesidades que me voy encontrando. Ya en un nuevo turno en emergencias y os voy hacer un spoiler: es el turno de las embarazadas. En la mañana viene una chica para hacer una cesárea y no hay personal suficiente. Me proponen que entre como instrumentista, es decir, darle las herramientas al doctor para hacer la cesárea.

En la universidad me aprendí los instrumentos. ¿Los recuerdo? No. Cuando me los mencionan, me viene un halo de recuerdo. Me explican el funcionamiento en dos minutos. El enfermero responsable del quirófano me habla como si yo tuviera una gran experiencia. Puedo asentir para hacerle ver que la tengo. O hacérselo creer. Pero mi cara dice otra cosa.

Comenzamos. El doctor me comienza a pedir los instrumentos. En varios momentos le doy lo que necesita, otros le doy lo que creo que necesita. Quiero estar pendiente de cómo va accediendo al bebé, pero mi inexperiencia me lo complica. Nace el bebé, está muy bien. Comienza a cerrar poco a poco. Dejamos a la mamá lista para que vaya a la habitación y encontrarse con su bebe.

En la noche, otra cesárea. Esta vez parece que hay complicaciones, por lo visto el líquido amniótico está sucio (meconio) y debe ser rápido. Aprendo a colocar la sonda vesical y entramos al quirófano. Estamos preparados pero falta el anestesista. No quiere entrar, dice que, si no le pagan, no entra. La mama se pone nerviosa. Yo me enfado, no doy crédito. Tampoco lo expreso e intento calmar a la paciente. El doctor dice que él le pagará y es ahí cuando decide entrar.  El transcurso de la cesárea es bastante tenso, lo que menos necesito. Menos mal que los instrumentos que necesita para sacar al bebe y cortarle el cordón umbilical se los di bastante rápido. El bebé sale bastante complicado. Puedo escucharle un llanto algo suave. Eso me asusta. Ya con ojos a la mamá, me doy cuenta que estamos tardando un poco más que la vez anterior. Por suerte, tanto la mamá como el bebé se van a casa a los días en muy buen estado.

Es de madrugada. Viene otra chica con contracciones. Parece que va a ser parto. Le tomo su presión arterial y está algo elevado. La doctora de turno y yo nos ponemos en alarma. Pero nos tranquiliza que ella está bien. Para quedarnos tranquilos le tomo la presión con varios tensiómetros del hospital. Fue una falsa alarma la alteración de su presión. Comienzan sus contracciones, entramos a la sala de parto. Observo, pues es la primera vez que veo un parto. Es increíble. Soy el responsable de estar con el bebé una vez nacido. En ese momento se crea una energía donde el silencio cobra el protagonismo y el ir lento. Y eso se agradece.

Termina el turno sin otra particularidad: volvemos a la semana caminado por el pueblo. Casa por casa. Sigo con las tomas de la presión arterial. En una de las casas encuentro a una niña de 15 años que cree que está embarazada. Le propongo la idea de hacerse la prueba de embarazo para confirmar. Al día siguiente me encuentro con ella. Para mi asombro le acompaña su pareja, ya que la mayoría de las veces aquí las chicas van solas o acompañadas de sus madres. Da positivo. No estoy con ellos cuando se lo dicen, pues yo no puedo firmar aun la orden para esa prueba. Debe ser el doctor que solicita la prueba quien debe decir el resultado. Eso es lo malo de lo que hago, nuestras metas se quedan en la captación. Pero yo viendo la situación le comento a un doctor lo que yo haría y si él cree que estoy en lo correcto, me firma todas las órdenes de laboratorio como las recetas. Pero lo malo, él debe dar el resultado. Intento acompañar a los pacientes para eso. En este caso, no fueron a la hora en la que quedamos y ya no estaba en el hospital.

El doctor que me firmó esa orden me comenta que era positivo (ya lo sabía porque fui a laboratorio). Pero en vez de guiarlos para hacer el siguiente paso, les amenaza. Yo le digo al doctor si les dijo que se hiciera una ecografía y me comenta que no, que solo la amenaza. Lo otro ya es su problema. No puedo ver mi cara, pero noto que me cambia. Lo único que le digo es, iré yo, no es mi problema, pero si mi responsabilidad. A la cabeza me viene, porque amenazar cuando algo ya está hecho. Ahora el trabajo es preocuparse por el embarazo. Y pensar en prevenciones. Honestamente, no creo que haya una intención por parte del hospital para ello.

Salgo del hospital acompañado de los mosquitos. Me da igual, en mi cabeza siento un cúmulo de emociones que no puedo ni explicar. Solo una cosa tengo clara. No quiero ser un médico que no se preocupa por las personas que se encuentra en el camino.

Pablo Ángel Sánchez
Pablo Ángel Sánchez
Acerca del autor

Pablo Ángel Sánchez, eldense, se mudó a la zona tropical de Bolivia, a Santa Cruz de la Sierra justo después de estudiar Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia y un máster de Arteterapia Y Educación Artística para la inclusión social en la Universidad Autónoma de Madrid. La causa de su mudanza fue motivada por un voluntariado Internacional, una experiencia de un año a dos años, que se convirtió en ocho años. Ocho años aportando su grano de arena a proyectos como: mujeres artesanas, centro de día para niños trabajadores, centro de día para personas de la tercera edad, hogar para hijos trabajadores de la caña, centro cultural, entre otros. Poco después comenzó a estudiar medicina, pasión que tenía camuflada y que en su día a día fue floreciendo, rompiendo los estigmas que a veces la sociedad o uno mismo se impone. En estos momentos se encuentra en su año de prácticas para finalizar no solo su año de prácticas sino su aventura en tierras bolivianas.

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