miércoles, 14 de mayo de 2025

La traca. Una novela muy eldera (y 11)

Ramón Candelas
Hace 2 días
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La traca. Una novela muy eldera (y 11)

 Resumen de lo publicado

Tras la insólita aparición de unas pintadas acusadoras en la fachada del Ayuntamiento y el no menos insólito robo de las joyas de la Virgen, una serie de tumultos tienen lugar durante el Pregón, la Salve del día 7 y el concierto en la plaza Castelar del 8, provocados por una misteriosa yincana convocada en las redes sociales, y a la que las autoridades políticas y policiales no logran poner coto.

Salu descubre que la yincana forma parte de un complot para desprestigiar la ciudad, el cual llega al paroxismo durante la Traca del día 9, cuando la locura y el caos se desatan en Elda.

Acosado por los acontecimientos y por acusaciones de corrupción, el alcalde Julio Maestre se dispone a dimitir. Pero en el último instante, Salu, ayudada por la inspectora Ángeles Miró y por el técnico municipal Ramón Pastor, descubre el objetivo último del complot: una artera trama para descarrilar el ambicioso proyecto que el regidor de Elda y la alcaldesa de Petrer han urdido para revitalizar el Valle.

 * * *

Martes, 10 de septiembre. 18:01 h.

Julio Maestre baraja unos papeles que no le hacen falta para nada. Los ha traído para ocupar las manos, temeroso de que le tiemblen en el peor momento. Hoy la sala se queda pequeña. Pasea la mirada por la coqueta estancia que con tanto interés hizo montar durante su primera legislatura, convencido de que la transparencia y las buenas relaciones con la prensa tenían que ser medio y objetivo a la vez. Bebe un sorbo de agua mientras se acaban de apagar los murmullos. Menea la cabeza al tiempo que chasca la lengua, gestos que hace para sí mismo. La transparencia quedó atrás en cuanto surgió Valle Silicio; desde entonces, ha mantenido en la oscuridad a todo el mundo: a los medios, a la oposición, a su propio equipo y, lo que más le duele, a sus propios conciudadanos, a quienes decidió un día dedicarse en cuerpo y alma.

Los medios están todos, incluida abundancia de prensa y cadenas nacionales, cosa inédita en esta sala, en busca de medio minuto o media página más con que rentabilizar el despliegue efectuado la víspera.

A la oposición, que ha pedido en bloque su cabeza, la sabe expectante. A lo largo del día se ha venido cruzando con maneras condescendientes, miradas displicentes y bocas que dicen banalidades, cuando lo que en realidad están pensando es yasabíayoqueelcargotequedabagrandeJulito.

A los suyos no les ha permitido acompañarlo. Ramiro quería estar a su lado, al igual que Joaquín, quien, como responsable de la seguridad ciudadana, ha puesto el cargo a disposición. Pero ni el uno ni el otro se van a comer este marrón. Ellos harán falta en el nuevo Gobierno Municipal que se forme.

Respecto a los ciudadanos, hasta la sala llegan los ecos de la manifestación organizada en su contra por quienes, al parecer, no ven necesario que se demuestren las acusaciones anónimas. En cuanto a los que todavía no piensan que su alcalde les ha fallado, van a convencerse en cuanto la dimisión se haga pública. No hay piedad para los pringados, aunque hayan sido víctimas de un maquiavélico complot.

Pero esto no acaba aquí. Él se va a defender con uñas y dientes de la inmundicia que han vertido sobre sus hombros, y acabará desenmascarando, vaya si lo hará, a quienes han hecho perder al Valle una oportunidad histórica.

Porque los americanos han sido tajantes. Las imágenes del escandaloso espectáculo —gente pasando por encima de otra gente para hacerse con unos miserables billetes— han recorrido el país entero, han cruzado el charco y han llegado hasta el verdadero Silicon Valley. Qué pensar de un pueblo que hace un espantoso ridículo; y cómo digerir la vergüenza ajena de ver ultrajada a su autoridad máxima, aquella que los recibió, los agasajó y los convenció de las bondades de su —supuestamente— corrupto feudo.

La yincana, las pintadas, los billetes falsos, todo ha formado parte de una maniobra muy bien planeada, dirigida a hundir el prestigio de Elda. ¿Por quién? Maestre tiene sus sospechas. Salvo su contacto en el Ministerio, que se ha batido el cobre hasta el último segundo, el resto de los altos funcionarios al tanto del proyecto le ha dado la espalda. Incluso alguno parece que lo estaba deseando. Cualquiera que sea la ciudad competidora tiene ahora vía libre. Y como bien recuerda de sus lecturas juveniles, ya lo decían Hernández y Fernández, dos policías avispados: «busca a quien aprovecha el crimen».

Hora de comenzar.

Julio Maestre carraspea. El murmullo expectante se convierte en silencio expectante. Mira a un lado y a otro, como si quisiera asegurarse de que está solo en el estrado.

Dos golpecitos en el micrófono.

—Buenas tardes —comienza—. Gracias a todos y a todas por venir. Como sabéis, desde el comienzo de las Fiestas Mayores viene sucediéndose en nuestra ciudad una serie de luctuosos sucesos, promovidos por agentes desconocidos a través de las redes sociales, pero también realizados por delincuentes venidos a Elda en persona para actuar con premeditación, alevosía y nocturnidad. Estos hechos tuvieron su culminación ayer, día del Santísimo Cristo, en el que bandas de alborotadores profesionales se dieron cita en Elda para provocar disturbios, atacando a los Cuerpos de Seguridad y causando graves desperfectos en nuestras calles y mobiliario urbano...

Si Teodoro Sanchís creía que ya lo había visto todo en sus treinta y cinco años como policía local de Elda, los diez últimos en el retén de la casa consistorial, lo cierto es que jamás había vivido tanta agitación, tanta ida y venida ni tanto nervio contenido; o liberado, según de quien se trate, que de todo hay bajo la cubierta del venerable edificio en que tiene el honor de servir. Eso, por no hablar de la cacerolada que se ha montado fuera, de una estridencia capaz de poner dolor de cabeza al más templado. Gracias a Dios, los manifestantes comienzan a flaquear, ya sea por agotamiento, ya porque es hora de merendar.

Normal, si son ciertos los rumores de una inminente dimisión del alcalde. ¿Para qué otra cosa, si no, este despliegue de medios venidos de Alicante, Valencia y hasta de Madrid? Claro, que con la que se lio ayer en el pueblo, tampoco hace falta un instinto muy aguzado para saber lo que se cuece en la segunda planta. Una pena, si es cierto lo de don Julio, porque lleva ya cinco años en el cargo y con él todo va como la seda. Qué pereza, suspira Sanchís, tener que acostumbrarse a un nuevo jefe ahora que ya le falta tan poco para la jubilación.

—¿La rueda de prensa, por favor?

Una señora bien parecida, bien entrada en la cincuentena, se ha parado jadeando junto a la pecera. Se ve que ha corrido para llegar a tiempo, y ni por esas. El caso es que la cara no le resulta desconocida, pero ¿dónde la ha visto antes? De la tele no le suena.

—Segunda planta, por la escalera pequeña o por el ascensor —indica—. Lo único, ¿me enseña su acreditación, por favor?... ¡Eh, oiga!, ¡espere!

Ni «espere» ni leches. La pájara ha salido disparada hacia adentro sin hacer caso a su requerimiento, y encima parece bastante alterada. Solo le faltaba, piensa Teodoro Sanchís mientras se pone en pie y se ajusta la gorra reglamentaria, que montase algún numerito estando él de servicio.

—... La Policía Judicial investiga el origen de todos estos desmanes bajo las acusaciones de robo, lesiones, detención ilegal, desórdenes públicos y difamación. En cuanto a esto último, he de decir que las burdas acusaciones de corrupción en nuestro Ayuntamiento son totalmente infundadas. Las cuentas municipales están intervenidas y auditadas; y no hay nada, repito, nada, que soporte esas patrañas burdas y anónimas, vertidas con el evidente propósito de causar daño a la ciudad, a su Ayuntamiento y a su alcalde.

Hace una pausa Julio Maestre. Bebe un sorbo de agua. Un respiro para darse a sí mismo la fugaz satisfacción de contemplar los rostros descolocados de los periodistas, tras escuchar unas palabras que para nada anticipan una dimisión.

—No obstante —prosigue—, soy consciente de que los sucesos acaecidos ayer en Elda, e incluso los de los días anteriores, han causado una justa indignación ciudadana, que no ha recibido de su alcalde las garantías necesarias para disfrutar de unas Fiestas Mayores en paz. Es por ello por lo que... — Un murmullo de agitación distrae su atención—. Hem. Es por ello que... ¿Qué ocurre?

Una figura lucha por abrirse paso entre las apagadas protestas de los periodistas que obstruyen la entrada. Una mujer de rostro conocido que no se limita a quedarse plantada, sino que se lanza hacia el estrado. El alcalde no da crédito a sus ojos.

—¿Qué hace usted aquí? Esto es un acto institucional. No puede...

Pero Salu Amat no se arredra. Mientras el resto de los presentes se queda paralizado, sin saber qué hacer, ella se inclina sobre él y le susurra al oído cual si fuera su mayor confidente.

—No puedes dimitir, Julio. Lo hemos descubierto todo: ha sido una trampa de los gallegos para hundir el pueblo.

—¿De qué hablas, Salu? —murmura Maestre, ceñudo el rostro, tapándose la boca para evitar que lo capten los micrófonos—. Habéis descubierto, ¿quiénes?... ¿Y qué sabes tú de...?

Pero entonces se arma un verdadero alboroto en la puerta. Por este orden entran Ángeles Miró, Ramón Pastor y el agente Sanchís, todos ellos congestionados como si hubieran subido corriendo las escaleras.

—Hazle caso, Julio —le urge Pastor—. Tenemos que hablar en privado, ahora.

La inspectora asiente con la cabeza.

—Suspenda la rueda de prensa, alcalde —ruega—. Escúchenos antes de continuar.

El policía local boquea sin saber que hacer. Al fin y al cabo, la intrusa parece tener línea directa con el jefe de Servicios Públicos, el alcalde y hasta la Policía Nacional. Y ahora que cae, ¿no es esa la mujer cuya cara publicaron en todas partes cuando fue secuestrada en aquellos Moros y Cristianos?

A la mierda.

Qué ganas de jubilarse.

 * * *

Martes, 10 de septiembre. 18:45 h.

Laureano Valor, jefe oficioso del principal grupo de la oposición, frunce el ceño al ver a los reunidos en el despacho de Julio Maestre. Además de Beltrán y Romero, a quienes esperaba encontrar como núcleo duro del alcalde, está Ramón Pastor, a quien conoce bien desde la época en que él mismo estuvo en el bando de gobierno. ¿Qué pinta el jefe de Servicios Públicos Ambientales en una reunión que se supone trata sobre el futuro de la ciudad, como le ha dicho pretenciosamente Maestre al convocarlo? ¿Y quiénes son las dos mujeres que están con él? ¿No es una de ellas la que hace unos días sufrió el incidente en el refugio antiaéreo?

—¿Qué pasa, Julio? —suelta, desabrido, al tiempo que consulta su reloj de pulsera en un innecesario, pero íntimamente satisfactorio, gesto teatral—. Se supone que deberías de haber dimitido hace... ¿cuarenta minutos? Ahí abajo, en la sala de Prensa, están que trinan. ¿Y quiénes son estas señoras?, ¿y qué camelo es ese que pretendes contarme? Si crees que voy a...

—Tranquilo, Laureano. Ante todo, gracias por venir tan rápido —dice Maestre en tono conciliador—. Cuanto menos hagamos esperar a la prensa a partir de ahora, mejor. Siéntate, por favor —añade, señalándole un lugar de preferencia en la mesa de reuniones—. Sentémonos todos, si os parece. ¿Alguno quiere un café?... ¿No? Perdonadme, pero yo necesito un café y un paracetamol. Tantas emociones en una sola tarde me han dado un dolor de cabeza que no veas.

Acomodado el grupo, con humeantes tazas ante Julio Maestre y Laureano Valor, que se ha animado para darse el gustazo de que el alcalde le prepare un café, este retoma la palabra.

—Las señoras —dice— son la inspectora Ángeles Miró, de la Brigada Judicial de Elda, y Salud Amat...

—La del incidente en el refugio.

Maestre cabecea un asentimiento.

—Y también la que descubrió la cripta bajo la iglesia y fue retenida por los perpetradores de la yincana, o por parte de ellos.

—Me temo, Julio, que este Gobierno Municipal no informa a su oposición todo lo que debería.

—Coincido contigo, y por ello estás aquí. Vamos a tratar de mejorar nuestra comunicación. Verás, el caso es que han surgido novedades importantes en relación con el asunto de la yincana, que quiero poner en tu conocimiento. También en el de los partidos más minoritarios, por supuesto, pero eso vendrá luego. Primero, me gustaría tener tu opinión.

Laureano Valor carraspea. Sabe que el alcalde le está haciendo la pelota al darle esa preferencia, pero va listo si cree que, con ello, lo va a ablandar. Así se dispone a decirlo, pero Maestre se le adelanta.

—En octubre del año pasado recibí una llamada del Ministerio de Industria —dice—. Se trataba de alguien a quien seguro que conoces, porque es hijo de la ciudad; un tal...

Tres cuartos de hora después, la hostilidad de Valor se tambalea. Del alcalde podría malpensar que todo es una artimaña para mantenerse en el poder, pero confía en Ramón Pastor, un técnico legal donde los haya, y no puede dejar de hacerlo en alguien tan supuestamente neutral como la inspectora, que durante la exposición de Maestre ha asegurado haber informado ya al comisario Tordera y a la jueza Bañón. El instinto le dice que lo de Valle Silicio y la trama gallega va pero que muy en serio.

Y aunque solo la mitad de lo que ha contado Maestre —inversiones multimillonarias, pleno empleo, oportunidad histórica— sea cierto, de lo cual ha dado fe la alcaldesa de Petrer en una corta videollamada, valdría la pena. Un carro al que su partido no puede dejar de subirse.

Valor se retrepa en su silla, dejando que el silencio se pueda cortar durante unos instantes. Los suficientes para que su mente rápida y flexible evalúe riesgos, valore beneficios y calcule probabilidades, mientras sus pulmones aspiran ese silencio con honda satisfacción. Lo mejor de todo, se complace en pensar, es que, en cierto modo, tiene la sartén por el mango.

—¿Qué quieres de mí, Julio? —pregunta, a sabiendas de cuál va a ser la respuesta.

—Que confíes en mí. Que me ayudes a devolver la dignidad a nuestra ciudad, a luchar en todos los frentes contra los desaprensivos que han enmierdado su nombre. Que trabajemos juntos por recuperar ese proyecto vital para el Valle.

—Pero no puede ser —niega con la cabeza—. Tienes ahí abajo a los medios esperando tu dimisión. ¿Con qué excusa vas a dejarlos con un palmo de narices? Y yo tampoco puedo defender ante mi grupo que corramos un tupido velo sobre los alborotos de estos días pasados. ¡Hay docenas de heridos, coño, y la gente se ha echado a la calle para protestar! Alguien tiene que...

—Anuncia mi dimisión, Julio —lo interrumpe Romero—. Ya te lo dije antes; y todo el mundo aceptará como algo natural que sea yo, el responsable de la seguridad ciudadana, quien se vaya. Más tarde, cuando todo se aclare, ya habrá tiempo para rehabilitarme.

—Ni hablar, Joaquín. Tú has hecho un magnífico trabajo ante unos hechos que hubieran superado a cualquiera, y que sin la intervención de los antidisturbios hubiera sido imposible atajar. Eso excede las posibilidades de cualquier edil municipal. Y ya sabes cómo va esto: aunque luego se demuestre tu competencia, quedarás marcado para siempre.

Difícil posición para el alcalde, lo que equivale a decir que lo tiene donde quería. Laureano Valor sonríe para sus adentros. El caso es que suena bien: Valle Silicio. La oportunidad sería histórica, desde luego. ¿Y quién es él, un humilde servidor público, para negársela a su pueblo?

—¿Podemos hablar tú y yo, Julio? A solas, quiero decir.

 * * *

Martes, 10 de septiembre. 19:55 h.

En El Cafetín, donde Salu ya se siente una habitual, Ángeles Miró apaga la grabadora y se guarda en el bolsillo el móvil. Por fin le ha hecho las preguntas que tenía pendientes. Poca cosa, habida cuenta de que se trataba, sobre todo, de recabar detalles que pudieran ayudar a identificar a los malhechores. Ahora que la maquinaria policial dispone de un rostro y un nombre, el interrogatorio es, más bien, una cuestión de oficio, destinado a figurar en el sumario.

—Bueno, pues con eso creo que está —concluye, haciendo ademán de ponerse en pie—. Os dejo, que aún he de pasar por comisaría. Ya me enteraré de en qué ha quedado la cosa —añade, dirigiendo un gesto al edificio consistorial.

—Luego te envío un mensaje —Ramón Pastor le sigue el gesto con la mirada—. No creo que tarden.

—Gracias por todo, inspectora —interviene Salu—. Ya sé que es la segunda vez que te causo problemas, y no sé cómo...

—Bah —quita importancia la policía, estrechándole la mano—. Te las arreglas muy bien para salir de ellos tú solita, sin ayuda de nadie.

 Pastor y Salu se quedan solos ante sus respectivas cañas de cerveza vacías. Hay un silencio fatigado, o melancólico, que sobrevive al bullicio de fondo hasta que ella se decide a romperlo.

—¿Quieres otra caña? —ofrece—. Hay una cosa que me gustaría contarte. Algo que... ejem, no le he dicho a nadie todavía.

El jefe de Servicios Públicos contempla a través del ventanal la entrada del ayuntamiento, sin movimiento aún.

—Claro, ¿por qué no? Para mí un corto, mejor.

—¿Qué va a pasar con la cripta y con el tesoro y todo eso? —pregunta Salu, haciendo girar su segundo vaso sobre la formica.

Pastor encoge los hombros.

—Supongo que permanecerá precintada hasta que la Policía Científica acabe con ella. Me temo que ayer tuvieron que salir precipitadamente —recuerda, ensanchando los labios—. Luego será el turno de los arqueólogos. A Lucas Gras le gotea el colmillo solo de pensar en el tesoro, aunque ahí se va a topar con el clero, nunca mejor dicho. Es evidente que el contenido de la cripta pertenece a la Iglesia, pero ya viste el Museo Parroquial: no cabe un alfiler; y habilitar la cripta como museo requeriría unos recursos importantes. —Se toma unos instantes para pensar en ello, y luego añade—: Por otro lado, el acceso a la misma sería una ocasión de oro para darle un propósito al refugio antiaéreo; como matar dos pájaros de un tiro. Así que no descarto nada. Ya has visto que nuestro alcalde tiene unas magníficas dotes negociadoras —concluye, dejando escapar una leve carcajada que contagia a Salu.

—Eso es cierto. ¿Crees que llegará a un acuerdo con Laureano Valor?

—Los conozco bien a los dos. Harán de esto un gana-gana, seguro.

Salu se recoge el pelo tras la oreja.

—Verás, Ramón. Esto me da un poco de vergüenza, porque puede parecer ingenuo, o infantil, pero el caso es que durante la noche que pasé en la cripta... Uh. —Inspira hondo, como si hubiera de armarse de valor para continuar—. Hay dos arcones grandes.

—Sí, me fijé en ellos.

—Son de madera en bruto, y me sorprendió no hallar indicios de corcón en ellos; como si fueran nuevos, lo cual es imposible. Las tapas son tan pesadas que no pude con ellas, pero sí pude ver que contienen una inscripción, la misma en ambas. Ahí se aprecia la verdadera antigüedad: están medio borradas. Me costó entender algo, con ese tipo de letra gótica, ya sabes, el que se empleaba en los códices medievales.

Pastor levanta su vaso.

—¿Y pudiste leer la inscripción?

—Ahí está la cosa. Me atrevería a decir que reza: «Soy para Elda».

El vaso se queda a mitad de camino hacia la boca.

—Bromeas.

—¿Lo ves? Por eso no se lo he contado a nadie, porque sé que me iban a tomar a broma.

El vaso vuelve a la mesa, intacto.

—Pero, Salu, ¿tú eres consciente de lo que estás hablando?

—Vagamente. De pequeña, mi padre me contaba una historia sobre dos peregrinos, el conde de Elda y las imágenes de los Patronos. Yo misma llegué a salir en una procesión vestida de peregrina.

Pastor se echa hacia adelante sobre la mesa. Toma aire.

—Esto te lo contaría mejor Gras —dice—, pero, grosso modo: a finales del siglo XVI, Antonio Coloma, segundo conde de Elda y virrey de Cerdeña, terminó su mandato en la isla y se dispuso a regresar a la Península. Durante los preparativos para el viaje, unos peregrinos que decían venir de Tierra Santa le pidieron que les permitiese regresar a su patria con él. El conde accedió, y aquellos se presentaron con dos grandes arcones, su presunto equipaje. Esto me parece un contrasentido, porque se supone que los peregrinos viajan ligeros de equipaje, pero bueno. El caso es que los peregrinos no aparecieron el día de la partida, o se esfumaron durante el viaje, no recuerdo bien, y a los arcones los desembarcaron en Alicante, el puerto de arribada.

—Ya recuerdo —asiente Salu—. Al no dar con los peregrinos, el conde ordena abrir los arcones. Aparecen dos imágenes magníficas: un Cristo crucificado, es de suponer que desmontado, y una Virgen María con el Niño sentado en su brazo. El conde manda subirlos a una carreta, y, por el camino, como la inscripción está borrosa, surge la discusión de si deben llevarlos a Elda o a Novelda.

—Te acuerdas bien. Tres veces ponen a los bueyes ante el desvío con los ojos vendados, y tres veces toman la dirección de Elda. Pero Salu, todo eso no es más que una leyenda.

—No, si ya. Yo solo digo lo que he visto, Ramón: las inscripciones están ahí.

—Joder.

—Eso mismo es lo que pensé.

—Pues si tienes razón, una de dos: o se trata de una noticia bomba, o se trata de una broma muy antigua.

Pastor se apresta a activar su móvil, gesto que previene a Salu.

—¿Qué haces?

—Llamo a Lucas Gras. Quiero que se lo cuentes tú misma.

—De eso nada —lo corta ella—. Se lo cuentas tú, que yo estoy harta de protagonismos, y, además, voy justa para recoger a mi madre, que ha venido a la iglesia para la novena y la misa. Le he dicho que pasaría para acompañarla a casa, y si no aparezco es capaz de preocuparse. Y mira: parece que ya salen de la rueda de prensa. Ponme un mensaje cuando sepas en qué ha quedado la cosa, por favor.

Ha habido fumata blanca.

La oposición no pedirá ninguna cabeza y apoyará las acciones que se tomen con Valle Silicio. A cambio, se le permitirá tomar parte en dichas decisiones y se le reconocerá un papel relevante desde el principio del proyecto.

 

Gana-gana.

Buenas noticias, ¿no?

 

Según para quién. Yo tengo la

impresión de haber trabajado para el Gobierno y la oposición a la vez por el mismo sueldo.

 

Y Salu, te recuerdo que todo esto es confidencial. Gracias.

 * * *

Martes, 10 de septiembre. 21:15 h.

—Entonces, ¿está decidido? —pregunta doña Remedios sin levantar la cabeza de su hervido, el plato por excelencia tras los excesos festivos—. ¿Os vais mañana?

Consciente de la melancolía que invade a su madre ante cada despedida, Salu detiene el ritual de machacar sus patatas para posar una mano sobre la de ella.

—Sí, mama —confirma—. Almu y yo hemos de reincorporarnos al trabajo, que bastante extraordinario hemos hecho con quedarnos un día más de lo previsto. Pero no pongas esa cara de alma en pena, que el viernes estoy de vuelta para el fin de semana. ¿Me pasas el aceite?... Gracias. Ya te he dicho que habrá misa solemne, salve, procesión del Cristo, y, cómo no —añade con una sonrisa—, globo y una monumental traca el domingo a mediodía, para cerrar el programa.

A la dueña de la casa se le iluminan las pupilas.

—Sí, hija, y no sabes qué alegría me has dado. ¿Y solo para eso ha convocado el alcalde una rueda de prensa? Me decía Carmen que le había dicho Mamen que, según Juanma, pensaba dimitir.

La mano de Salu se agita como para aventar el humo de una vela.

—Qué va. Al final, después de hora y media de retraso, que menos mal que les han sacado pastas y refrescos a los medios, porque estaban poniéndose hechos una furia, el alcalde se ha limitado a anunciar que el Ayuntamiento va a presentar una querella contra los instigadores de los desmanes, y que la Policía trabaja en su identificación. Eso y que, de común acuerdo con las autoridades eclesiásticas, los actos festivos suspendidos van a celebrarse durante el fin de semana.

—Pues vaya. Para eso no hacía falta tanta historia.

Salu sonríe para sus adentros. Si su madre supiera.

—Es lo que yo digo. También ha anunciado que el Ayuntamiento va a solicitar la Cruz al Mérito Policial para la agente que ayer se cayó de un balcón al intentar cortar la traca a toda costa.

—Pues han dicho en Tele Elda que se rompió una pierna; y que esta tarde, cuando se ha despertado de la operación en el hospital, su novio le ha regalado un anillo de compromiso.

—¡Qué romántico, abuela! —suspira Almudena—. Pásame el salero, porfa.

—Pero no te pongas mucha, nena, que de mayor te vienen los problemas con la tensión.

Hay un silencio solo estropeado por el ruido de los tenedores contra los platos. Doña Remedios lo aprovecha para pasar página.

—Quedan bajocas —dice—. ¿Alguien quiere más?

A Almudena le falta tiempo para levantar su plato.

—Yo.

—Pues te las acabas. —La abuela le pasa la olla—. Y tú, ¿vendrás el fin de semana?

—Huy, qué va. Tengo muchos compromisos en Madrid. Ya sabes, la vuelta del verano, las amigas...

—Me parece estupendo. Aprovecha, ahora que puedes. Yo solo quiero estar segura de que las dos sois felices, antes de reunirme con Paco.

—Qué melodramática te pones, mamá. Falta mucho para eso aún.

—No lo sabemos. Será cuando Dios quiera. Y hablando de ser felices, ¿te has arreglado con Rafa o qué?

Salu y Almudena se miran, y luego prorrumpen en unánime carcajada.

La abuela-madre ha llegado adonde iba.

 * * *

Epílogo

Siete meses después. Abril de 2025

El barco es una pocholada: coqueto saloncito-comedor con vistas panorámicas y puesto de pilotaje integrado, camarote principal en proa con una cama lo bastante grande como para jugar a mamás y papás con holgura, camarote para invitados en popa, funcional office perfectamente equipado, dos aseos individuales con ducha, y el imprescindible flybridge para la conducción veraniega y el solaz. Como el día todavía refresca al atardecer, Rafa Poveda pilota desde la cabina cerrada, saboreando las buenas vibraciones que el volante forrado en polipiel transmite de los dos motores intraborda de trescientos ochenta caballos cada uno.

Sentada a su izquierda, un poco por detrás, Salu le hace fotografías con el móvil, tratando de recortar su resultón perfil —más de lobo de mar ahora, con esa barba que se está dejando para los próximos Moros y Cristianos— contra el cielo pálido del atardecer.

El barco levanta crestas de espuma blanca. Dos gaviotas cobran altura, desentendiéndose de la embarcación después de haberla seguido desde el puerto de Alicante. Por fin han comprendido que de ahí no van a sacar nada. Muy por encima, un estruendoso reactor comercial los sobrevuela en su senda de planeo hacia las torres de Urbanova, que destacan por la banda derecha —estribor, dice él—, al contraluz de la inminente puesta. En el mismo momento en que Rafa murmura algo inaudible sobre el panel de instrumentos, ella se hincha los pulmones de aire salobre, complacida de verlo tan feliz al volante del reluciente cabinado de —según él— doce metros de eslora y doce toneladas de desplazamiento. Y más que lo estaría, sonríe para sus adentros, si el juguete fuera propio, en lugar de alquilado.

Poco a poco. Por ahora, él ya tiene bastante con haberse sacado el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo y con fantasear en sus sueños de prejubilado, viéndose en el puente de un airoso yate.

—¿Qué decías antes, cariño? —le pregunta cuando el estruendo del reactor se apaga sobre la pista del aeropuerto.

El imperturbable lobo de mar encoge los hombros.

—Nada, que se ha encendido la luz de reserva. No hay cuidado: tenemos combustible de sobra para ir y volver a Tabarca. Pero mañana por la mañana haremos gasoil antes de emprender el regreso.

Estribor. Desplazamiento. Haremos gasoil. Salu se guarda para ella una media sonrisa. Rafa habla la jerga con tanta soltura que se diría nacido de una estirpe de marinos, más que de una familia de almacenistas de curtidos.

—Pues también parece que hay mala cobertura —dice, retrepándose en el sofacito del comedor con su móvil.

—Eso es porque estamos en el mar, mujer; y, además, te recuerdo que estamos de fin de semana romántico para celebrar la venta del almacén y tu traslado a Alicante. Ya sabes: tú, yo, la isla, sus aguas cristalinas, sus arroces caldero... ¿Para qué quieres cobertura?

Suspira Salu. Por el lateral —el través, que diría Rafa— más torres proyectan alargadas sombras sobre una playa de arena blanca: los Arenales del Sol. A falta de nubes que se incendien con vivas llamaradas, hoy toca atardecer en suaves tonos pastel.

—Tienes razón. Solo quería...

Una llamada entrante la interrumpe a pesar de la mala cobertura. Salu lee la identificación, arruga la nariz y la descarta.

—¿No respondes?

—Bah. Es ese Ramón Candelas, el de Cuartelillo, que ahora me persigue para escribir otra novela sobre el asunto de la traca. Ya lo llamaré cuando volvamos.

—Mejor. Este no es el momento. ¿Y decías que querías...?

—Ah, pues eso: precisamente quería saber si hay más novedades del caso Yincana; pero no importa, ya me enteraré.

—Ayer leí que la jueza investiga a los hermanos Marcón, y que ha denegado la libertad provisional al hombre y la mujer que te retuvieron, por riesgo de fuga. Al parecer, fue ella quien lo organizó todo, desde el equipo que promocionaba la yincana en las redes sociales hasta el acondicionamiento en secreto de la cripta para perpetrar los golpes desde allí.

—Sí, una verdadera profesional, la pájara: amenazas, extorsiones, blanqueo de dinero, ciberataques, contactos con las mafias del Este... La mano izquierda de Rogelio y Rosalía Marcón.

—Pero una profesional a la sombra —ríe Rafa—. Y al final, lo de Valle Silicio, ¿qué?, ¿se queda en nada?

—Me temo que sí —confirma Salu, quien aprovechó la última visita a su madre en Elda para ponerse al día con Ramón Pastor—. Parece que los americanos se rebotaron mucho con los gallegos cuando el caso Yincana salió a la luz; tanto, que se retractaron ipso facto de su decisión. La pena es que, tras retomar las negociaciones con el Valle y tras darle muchas vueltas, han decidido que el proyecto no es viable: van a buscar una ubicación de costa, donde tengan un mar entero a su disposición para refrigerar el centro de datos.

—Vaya por Dios. ¿Y eso no lo podían haber pensado antes? Nos hubieran ahorrado el jaleo.

—Ya ves.

Tose uno de los poderosos motores, o ambos a la vez; el casco da un tirón, y luego sigue planeando sobre las aguas del cabo de Santa Pola como si nada.

Una línea sobrevuela las cejas de Salu.

—¿Qué ha sido eso?

—Nada. Alguna impureza en el combustible.

—Ah. —La línea desaparece—. Bueno, pues lo mejor es que, al desvelarse el proyecto de los americanos, otros inversores han comenzado a interesarse por las buenas condiciones que reúne el Valle. Hay proyectos muy interesantes, con fuertes inversiones y sin el hándicap del agua. Dice Ramón que las corporaciones municipales están incluso aliviadas, pues con Valle Silicio hubieran tenido un marrón medioambiental.

—Lo que yo decía: se lo podían haber pensado antes. Oye, Salu —Rafa se rasca detrás de una oreja—, y de los arcones, ¿qué se sabe, aparte de que estaban llenos de tapices, cortinas y ropajes para las imágenes?

—Los arqueólogos continúan investigando. Hay quienes se entusiasman con la posibilidad de que la leyenda sea cierta, hay quienes se muestran escépticos. Los primeros confían en las pruebas de carbono 14 que está realizando la Universidad; los segundos sostienen que se trataría de réplicas modernas construidas para conmemorar algún centenario de la llegada del conde Coloma, cosa de la que no existe documentación alguna.

—Es que, si fueran los originales, sería milagroso que no se hubiesen estropeado, ¿no te parece?

Salu eleva un hombro. Recuerda cómo el primer día de la novena, cuando entró en la iglesia en busca de su madre y vio esplendorosa en el trono a la Virgen de la Salud, no pudo evitar una sensación de alivio generalizado y un pensamiento dirigido a la imagen: Gracias, tocaya.

—Milagro es una forma de describir algo que no entendemos —reflexiona—. ¿Acaso no fue un milagro la repentina curación de mi garganta al colgarme el rosario de la Virgen?

—Meh. Te curaste porque estuviste muchas horas callada; eso sí que fue un milagro.

Salu no puede evitar contagiarse de la carcajada de Rafa, pese a lo cual descarga un vengativo puñetazo en su bíceps.

—Bobo.

—Te quiero.

Ella se abraza al masculino torso; él rodea la femenina cintura con el brazo.

—Mira, va a ponerse el sol —dice.

Los naranjas, los rosados, los azules del ocaso hacen que la mar espejada cobre un brillo especial. Al fondo, diminutos puntitos de colores animan la playa del Carabassí: en el agua, los más intrépidos; sobre la arena, los menos; insectos felices al disfrute de un veraniego día de primavera.

Embargada de esa misma felicidad, Salu inicia una aproximación. Primero, la mejilla tersa encuentra la barba rasposa; luego, labios rozan a labios con suavidad, anticipando el encuentro cálido, húmedo, profundo. Un encuentro que culminará en cuanto echen el fondeo en Tabarca, porque ninguno de los dos va a esperar a...

Un nuevo golpe de tos interrumpe el momento mágico. Solo que esta vez la tos suelta se convierte en carraspera. El barco tironea, el motor resuella hasta apagarse con un gemido ahogado. Las crestas de espuma se alejan desvaneciéndose por las bandas. El barco se detiene, y el único movimiento que permanece es un silencioso balanceo.

Salu abre mucho los ojos.

—¡Rafa! ¿Qué ha pasado?

Impasible, como se le supone a todo un lobo de mar, Rafa repasa los controles, toquetea los diales, hace un infructuoso intento de arrancar la máquina, se rasca el mentón.

—Eeem... Me parece que nos hemos quedado sin gasoil.

—¿Pero no decías que había de sobra para ir y volver a Tabarca?

—Es lo que me dijo el dueño, cariño.

Salu se pone en pie de un salto.

—¡Joder, Rafa..., no me lo puedo creer! ¡Estamos a la deriva!

—Un poco, sí, pero...

—¡¿Cómo que «un poco»?! A la deriva se está o no se está —se desespera—. Y ahora, ¿qué vas a hacer? —le espeta, cortante.

Él hace con las palmas de las manos el gesto universal de pedir calma.

—Tranquila, mujer. Voy a llamar por radio a Capitanía. A ver si alguien puede venir a remolcarnos.

—Sabrás usarla, al menos.

—Er... Bueno, en el curso del PER hice unas prácticas.

Rafa sale a la bañera de popa, donde Salu, con cara de quien ha perdido el último tren en una remota estación de Siberia, se concentra en averiguar si el barco deriva hacia el mar o hacia tierra.

—Ya está —dice él, conciliador—. Viene una lancha de Capitanía para echarnos un cable.

—Un cable te voy a echar yo a ti, pero al cuello —refunfuña ella—. Además, supongo que nos remolcarán a Alicante. Se nos ha fastidiado el finde en Tabarca.

Rafa encoge los hombros. Para sorpresa de Salu, no parece demasiado contrariado. Incluso juraría que el semblante le brilla con un lustre especial.

—No importa —quita importancia él con un mohín pícaro—. Lo del fin de semana, el barco, la isla, el arroz... Solo es atrezo.

Ella arquea una ceja.

—¿Atrezo?

—Atrezo. Decorado. Un montaje para adornar lo que de verdad importa. Pero eso podemos hacerlo aquí y ahora, antes de que llegue el rescate.

Salu sacude la cabeza.

—Rafa, no compren...

Pero la palabra muere en sus labios cuando las manos de él le ponen delante una cajita forrada de terciopelo azul oscuro, haciendo que ella se lleve las suyas a la boca.

—No.

—Es para ti, María Salud Amat —dice Rafa, los ojos resplandecientes de gris azulado—. Si lo aceptas, claro.

Abre ella la cajita. Una sencilla piedra incolora engastada en un sencillo aro dorado. Un sencillo, hermoso te amo.

Mira en derredor: la playa lejana, ahora casi vacía; el agua y el cielo, oscureciéndose; la brisa salobre, el bamboleo, y, por encima de todo, el silencio, solo roto por el leve chapoteo del casco y los graznidos de la pareja de gaviotas, que han vuelto para curiosear. ¿O son otras?

Y en medio de todo ello, a la deriva, dos almas que quizá, tal vez, a lo mejor, quién sabe, encuentran al fin su rumbo.

A quien se lo cuente...

Manda huevos.

Suspira.

—Jopé, Rafael Poveda —dice, abrazándolo—. Vaya vida más emocionante que nos espera juntos.

FIN

Nota del autor

Al igual que en "Cuartelillo", en "La traca" aparecen numerosos personajes de la vida pública y cultural eldense. Cualquier parecido con sus alter ego en la vida real es, como suele decirse, pura coincidencia. Cualquier diferencia, también.

La descripción de la casa de El Progreso que constituye el hogar de los Amat obedece fielmente a la edificada después de la Guerra Civil por Francisco Candelas Carratalá, mi abuelo, el lugar donde viví mi infancia en la que ahora es calle Príncipe de Asturias, y que existió hasta los años 90. He aprovechado "La traca" para enmendar el error cometido en "Cuartelillo", donde databa su construcción en los años 20.

Para las Navidades de 2023 ya tenía redactado el capítulo Pregón, en el que Salu y sus amigos disfrutan de una cena a base de raciones típicas eldenses en Los Tanques. Fue entonces cuando tuve noticia del cierre definitivo del local. Aunque me hubiese costado poco cambiar de lugar la escena en aras de un mayor realismo, me he tomado la licencia de mantenerla en Los Tanques. Sirva este gesto como homenaje personal a esta popular tasca, mítica en el imaginario de una generación de eldenses que —perdón por la expresión— mamamos allí nuestras primeras cervezas.

En otro orden de cosas, deseo hacer patente mi agradecimiento a quienes, con sus impagables colaboraciones, me han ayudado a pergeñar esta historia. En especial:

A Mercedes Pérez Rosas, madre del autor y asesora religiosa del proyecto, con quien me metí un día en la cocina para elaborar sus incomparables rellenos, después de toda una vida limitándome a comerlos.

A Ramón González, Roberto Miró y Francis Valero, de la Cofradía de los Santos Patronos, por su apoyo y cariñosa acogida al proyecto, que no tomaría forma definitiva hasta que los dos primeros me hicieron una visita guiada al Museo Parroquial y me facilitaron estudiar los planos de Santa Ana.

A Loli González, camarera mayor, por permitirme examinar las joyas de la Virgen; y a María Salud Tordera, por las anécdotas de su época como camarera.

A Aitor Marco, de la Comisión de Traca y Globo, por desvelarme los entresijos de la compleja labor técnica y organizativa de la Comisión.

A Vicente Rico, por abrirme las puertas al inframundo del Mercado Central y por su entusiasmo ante el proyecto, que espero no defraudar.

A Mari Carmen Segura y Sagrario Candelas, por su asesoramiento musical.

Y, sobre todo, a Raimundo Martínez Pastor, que una vez me propuso escribir una historia con el refugio antiaéreo como telón de fondo, historia que, a la vista está, se me fue de las manos. Gran conocedor de las infraestructuras, las instituciones y las personas de Elda, de la importancia de su papel en el proyecto queda todo dicho en la dedicatoria.

Y no menos importante, a aquellos cuyos escritos sobre historia, tradiciones y cultura eldenses han servido para inspirar y documentar "La traca": José Amat Jover, Miguel Barcala Vizcaíno, Luis Bernabé, Ramón Candelas Orgilés, Miguel Ángel Guill Ortega, Pedro Maestre Guarinos, José Ignacio Marco Sánchez, Juan Martí Poveda, Antonio Porpetta Clérigo, Juan Rodríguez Campillo, Gabriel Segura Herrero, Maribel Sirera Algarra, Vicente Valero Bellot y Juan Vera Gil.

Y, finalmente, a todo el equipo de Valle de Elda por hacer posible la publicación por episodios de "La traca", lo que ha permitido poner esta obra al alcance de todos los eldenses y del público en general. Gracias por aceptar y apoyar el proyecto.

"La traca. Una novela muy eldera" está también disponible en formato papel a través de:

https://www.rbscandelas.es/

https://www.amazon.es/dp/B0DWSMM18L.

Ramón Candelas
Ramón Candelas
Acerca del autor

Nací en Elda en 1960, y, aunque resido en San Sebastián, nunca he dejado de regresar a mi familia, a mis fiestas, a mi pueblo, a mis raíces. Hace dos décadas que me dedico a escribir novelas, la mayor parte de las cuales he publicado de forma independiente. En 2019 fue el turno de "Cuartelillo. Una novela muy festera", inspirada en mi reencuentro con las Fiestas de Moros y Cristianos tras una prolongada ausencia. En aquel momento tuve la voluntad y el acierto de ofrecerla íntegra a todos mis paisanos desde este Valle de Elda tan nuestro, colaboración que fue posible gracias al interés y la buena disposición de la dirección y el personal del semanario. Gracias a ello, las ocho entregas de la novela, publicadas semana a semana al modo de los folletines decimonónicos, han alcanzado a varios miles de lectores, número que seis años después continúa creciendo.

Hoy vuelvo con el mismo ánimo para presentaros "La traca. Una novela muy eldera". Una nueva novela costumbrista y de intriga protagonizada por Salu Amat, ambientada esta vez durante el transcurso de nuestras entrañables Fiestas Mayores. Espero que a lo largo de las once entregas que completarán la serie volváis a divertiros, a sufrir, a reíros, a indignaros y, sobre todo, a emocionaros con las peripecias de Salu y sus amigos.

Buena lectura, asiduos del Valle.

"Cuartelillo" puede leerse en la web de Valle de Elda, en el blog del mismo nombre: https://www.valledeelda.com/blogs/cuartelillo.html

Más información sobre el autor y su obra en: https://www.rbscandelas.es

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