viernes, 29 de marzo de 2024

Las gallinas duermen en los árboles

Pablo Ángel Sánchez
23 mayo 2021
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Las gallinas duermen en los árboles

Semana de vacunación COVID-19, y viene mucha gente a la vacuna. Recomendación importante que hay que aclarar: “Pueden bañarse después de colocarse la vacuna”. Se ríen cuando me escuchan,  pero muchas personas han pensado que al bañarse después de la vacuna les ha ocasionado malestar. Otros no se vacunan por miedo a la aguja. Y la mayoría, por el hecho que no se recomienda beber alcohol tras la dosis.

Poco a poco me siento más cómodo con las personas, en el hospital. Voy de camino a casa y varios coches paran para decirme si me llevan a casa. Me siento “como en casa”, pero prefiero seguir caminando.

En el camino me llaman desde una casa. Una señora, la llamaremos Pi, se encuentra en mal estado. Le tomo los signos vitales y están bastantes descompensados. Tiene una herida en la pierna, según sus familiares es consecuencia por una “curandera”. Por lo que observo, parece que es un quemado. En ese momento, priorizo estabilizar sus signos vitales y para eso hay que ir al hospital.

En el hospital, el doctor de turno dice que deben internarla, la familia prefiere no hacerlo. No porque no quieran sino por la parte económica. Le hago curación a Pi en la herida de la pierna mientras los mosquitos nos atacan, pues son más de las 6 de la tarde. Me preocupa su herida, pues me comenta que no siente nada de dolor. Hablo con la familia para que le compren lo necesario para hacerle curaciones los próximos días.

Jueves. Seguimos con las recomendaciones COVID-19. Vacuno aproximadamente a 200 personas. Por momentos hay tensión, no por la vacuna sino por las personas que no quieren hacer la cola. Esa tensión es entendible, pues muchos están desde las 4 de la madrugada esperando para ser vacunados.

A las 6 de la tarde, preparado para estar en contra de los mosquitos voy a ver a Pi. Le tomo los signos vitales. Para mi asombro han mejorado. Se lo noto en su rostro. Comienzo hacerle curación. También me alegro, presenta otro color y hasta hace una mueca de dolor. Le sonrío, le digo que es buena señal y ella me devuelve la sonrisa. Me voy contento de la casa de Pi.

Camino a casa pienso en el turno del sábado de 24 horas, pero antes debe pasar el viernes. Vuelvo a vacunar a otras 200 personas. En el día de hoy han venido muchos soldados a ser vacunados. ¡Vacunado al ejército boliviano! La mayoría de los soldados no superan los 20 años. También aparezco en muchas fotos de los vacunados. Los soldados no hacen fotos, pero si cantan al ritmo de la música que tenemos de fondo.

Llega las 6 de la tarde del viernes y vuelvo a casa de Pi. Al verla me doy cuenta que algo no va bien. Le tomo los signos vitales. Están peores que el miércoles. En un momento se desvanece en mis brazos mientras intento sacarle su saturación de oxígeno. Solo espero que pueda llegar al hospital. Esperamos a su hija para llevarla al hospital. Pues yo no me voy de ahí sin ver como la ingresan. Llega su hija, tengo que tomar en brazos a Pi, no puede caminar. La subo al coche, en el hospital se decide ingresarla y es en ese momento cuando salgo camino a casa.

Al llegar a casa veo como las gallinas suben a los árboles. El gallo me mira. En mi cabeza viene el pensamiento de que él cree que me he dado cuenta su lugar para pasar la noche. Y sí, me di cuenta. Pero puede estar tranquilo.

Amanece mientras camino hacia el hospital. Hace calor, pero no me sorprende. Lo primero que hago cuando llego al hospital es ir a ver a Pi. Está bastante débil. Vuelvo a mi lugar de trabajo: Emergencias. A la hora de estar en el hospital me comentan que Pi ha fallecido. Escucho críticas a la familia por no querer internarla el miércoles. Me atrevo a decir que entiendo a la familia. Creo que la responsabilidad de que pasen estas situaciones no es solo de la familia sino de todos. Me incluyo como parte de sistema de salud boliviano, aunque no represente mis ideales como un buen sistema en lo que se refiere a salud. Os comento un poco el sistema boliviano:

Las personas tienen un seguro que entra las consultas y medicamentos una vez al mes. Muchas de las veces, no están disponibles los medicamentos. Por lo tanto, deben comprarlos. A veces no hay dinero. Y si no hay dinero para comprarlos, pues no les ponen el tratamiento. Afortunadamente, hay médicos y enfermeras que hacen lo posible para encontrar esos medicamentos. Pero muchas veces no hay y los tratamientos quedan incompletos.

En la tarde, llega un niño de seis años con una posible fractura en el brazo. A las 3 de la tarde llamamos al radiólogo de emergencias. Por un momento pensé que era una locura tener un niño esperando con el brazo fracturado. Pero en realidad, paso la tarde descansando bastante cómodo. Por las visitas que he estado haciendo, me hago una idea de su casa. Lo triste de esta situación es que en esta zona no hay traumatólogo que pueda tratar al niño y deben ir a Santa Cruz, que está a 642 kilómetros de distancia.

Llega a las 11 de la noche el radiólogo. Mientras voy a poner al niño en la cama dos mujeres entran gritando a emergencias. Hay una pelea. Un paciente con el acompañante del otro paciente. Tengo que poner orden. Hasta hago junto con la enfermera una pequeña investigación. Después de una media hora, el niño me sigue esperando para ser colocado en la cama.

Por suerte para el niño no debe ir a Santa Cruz para tratar su fractura. Hay un doctor que puede colocárselo. Lo llamamos a las 12:30 de la noche y viene. Le colocamos el hueso con yeso incluido. Por suerte, la noche vuelve a la tranquilidad y a la mañana siguiente el niño sale de emergencias con una actitud de que va a comerse el mundo.

Pablo Ángel Sánchez
Pablo Ángel Sánchez
Acerca del autor

Pablo Ángel Sánchez, eldense, se mudó a la zona tropical de Bolivia, a Santa Cruz de la Sierra justo después de estudiar Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia y un máster de Arteterapia Y Educación Artística para la inclusión social en la Universidad Autónoma de Madrid. La causa de su mudanza fue motivada por un voluntariado Internacional, una experiencia de un año a dos años, que se convirtió en ocho años. Ocho años aportando su grano de arena a proyectos como: mujeres artesanas, centro de día para niños trabajadores, centro de día para personas de la tercera edad, hogar para hijos trabajadores de la caña, centro cultural, entre otros. Poco después comenzó a estudiar medicina, pasión que tenía camuflada y que en su día a día fue floreciendo, rompiendo los estigmas que a veces la sociedad o uno mismo se impone. En estos momentos se encuentra en su año de prácticas para finalizar no solo su año de prácticas sino su aventura en tierras bolivianas.

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