Conexión con los muertos
Poco a poco, sin pausa, la Inteligencia Artificial va sumergiéndose en todos los campos del saber, desde la relación hasta la comunicación, en suma, todos los ámbitos humanos. La fórmula base del conocimiento extraída de Internet, alimenta todos los intentos de disponer de entornos en los que desarrollar aspectos conductuales y/o de comunicación. Mantener una conversación no es un secreto, aunque el interlocutor, máquina, no sea consciente de ello, pero lo simula tan bien que parece que ha desarrollado conciencia. Se han acercado las realizaciones a través de un señuelo irresistible, como es el teléfono inteligente que invade de forma generalizada a la Humanidad, sin solución de continuidad. No son, realmente, teléfonos, sino auténticos ordenadores con una potencia muy superior a los ordenadores de hace menos de una década y, en casos, en versiones más avanzadas que los ordenadores que hoy invaden el mercado.
Los chatbots, barbarismo donde los haya, con el que la gente bautiza a los sistemas conversacionales, invaden todos los campos, especialmente los comerciales. Atienden llamadas, con tasas de éxito que superan el 90%, lo cual indica que son sistemas refinados suficientemente, como para tener interés el uso de los mismos. Usualmente, el entrenamiento de la red neuronal que subyace lo logran incorporando millones de casos que, normalmente, encuentran en Internet. Nunca hay garantía de que lo que procesan es lo apropiado, pero sacan de la realidad los patrones para responder. Internet se ha convertido en un enorme depósito donde encontrar lo que otros seres humanos han dicho, han hecho o han pensado. No hay precedente en la Historia de la Humanidad de algo similar. Si en algún momento el conocimiento total acumulado pudiera estar accesible en Internet, la automatización será una realidad inevitable. Claro que en Internet no solo encontramos el conocimiento, sino la desinformación, la ignorancia, incuso la estulticia. Desbrozar todo ello es tarea de titanes que exige algoritmos muy depurados capaces de separar el trigo de la paja, a gran escala. Por ello, cuando nos hablan de IA, tenemos que ponernos en guardia, porque no hay garantía a priori de que lo que encontremos esté entrenado apropiadamente y, por tanto, ofreciendo garantía de que las respuestas son las debidas. Pasará un tiempo en que nos moveremos en la ambigüedad y habrá que ir con tiento.
Entre todos los desarrollos, y ahora especialmente en estos días relacionado con las fechas y celebraciones propias, se ofrece un sistema conversacional en el ámbito del duelo humano. En este caso, no es suficiente, normalmente, con recurrir a Internet, sino a archivos personales o grabaciones realizadas con esta finalidad, por tratarse de aspectos muy personales. La pretensión es algo grandilocuente como devolver a la vida a seres queridos fallecidos. Hemos precisado que se trata de devolver a la vida, no devolver la vida. De no ser así, no prestaríamos la más mínima atención. Se trata de utilizar grabaciones realizadas a personas que han muerto, a partir de las cuales se generan conversaciones como si pareciera que estuvieran vivas. Es una empresa del Instituto de Tecnología de Massachusetts, HereAfter IA, que entrena un sistema de Inteligencia Artificial (IA) con imágenes de personas fallecidas y crea una forma virtual con la que interactuar. A partir de una docena de conversaciones se puede desarrollar el sistema que permitirá simular la conversación. A esto se suma que otras empresas como StoryFile, emplean un sistema holográfico incorporando ese perfil de la persona fallecida. En más de una ocasión ha asistido la imagen holográfica a su propio funeral.
La diferencia entre un sistema digital informático que reproduce escenas y un sistema IA que mantiene una conversación, es la virtualidad que otorga el hecho de que las respuestas no se seleccionan, a partir de escenas que puedan ser similares, sino que se genera una auténtica respuesta, tras haber analizado los elementos que se ponen en juego por parte de la persona simulada. La conversación se genera en IA, no se reproduce. Ello exige un análisis de las respuestas ante distintas situaciones, que permitan identificar los patrones de conducta, para generar las respuestas. Algo parecido ocurre con la imagen holográfica que tienen que generar los movimientos no por superposición de imágenes solamente, sino respondiente a patrones de conducta del ser simulado. Es muy posible, como suelen afirmar los usuarios de estos sistemas, que se llegan a conocer peculiaridades de la persona, desconocidas hasta el momento, pero que encajan, perfectamente con los patrones de conducta identificados en ella.
Más de un filósofo que ha reflexionado sobre estas cuestiones, afirma que la IA no tiene competencias suficientes para gobernar el mundo, como gustan deslizar los amantes del misterio. Una IA no se acercará a las posibilidades de funcionamiento del cerebro humano. Se descarta la posibilidad de una voluntad de máquina, dado que tal como se está desarrollando la IA consiste en detectar las intenciones de los seres humanos, incluidas las que conducen a resultados aleatorios. La singularidad en la que la Ciencia Ficción trasforma en incontrolable e irreversible a la IA no puede darse. Esto, que es bien conocido por los que están sumergidos en el sector, no es óbice para que, desde los intereses comerciales, deslicen afirmaciones grandilocuentes, que solamente sirven para distorsionar la comprensión pública de las posibilidades, naturaleza y límites de la IA. Los límites matemáticos de lo que se puede modelar y es computable están establecidos y la coincidencia de la IA con la inteligencia general de los humanos es imposible. Hay una evidencia, que generalmente se oculta, y son los errores cometidos, observados, mezclados con respuestas convincentes. Se dan casos con mucha frecuencia. Se puede concluir que, en ciertos entornos, muy normalizados, donde las reglas están bien establecidas, el aprendizaje automático puede conducir a algoritmos que superen las potencialidades humanas. Pero eso no significa en modo alguno que se puedan descubrir las reglas que rigen en cualquier procedimiento o actividad propia de los humanos, en ámbitos abiertos, en los que el cerebro humano se sumerge cotidianamente.
Por tanto, lo dicho, si usted tiene la apetencia de conversar con sus seres queridos, fallecidos, la tecnología permite una aproximación. Pero no tenga más pretensiones, que algunas cosas no es posible realizarlas. Gódel se encargó de reducir las pretensiones de los matemáticos, que se habían lanzado a la búsqueda de los fundamentos en forma de hechos básicos o axiomas, que fueran coherentes, por tanto que no pudieran conducir a contradicciones, y completos, es decir, que a partir de ellos se pudiera construir toda la verdad matemática. Gödel formuló el teorema de incompletitud que demuestra que cualquier conjunto de axiomas que podamos formular como base de las matemáticas, es incompleto y habrán hechos que no podremos demostrar a partir de esos axiomas y ninguno de los conjuntos de axiomas jamás podría demostrar su propia coherencia. No habrá teoría matemática del todo. Todo depende de los supuestos de los que se parta, no de una verdad fundamental de la que emanen todas las respuestas. Hay cosas indecidibles. Un programa informático que recibe una entrada aleatoria no se sabe si acabará antes o después o continuará calculando para siempre. Hay muchas cosas indecidibles. Todo indica que el teorema de Gödel afecta a la propia realidad.
Los dos teoremas de Gödel establecen, en el primer caso, el denominado teorema de incompletitud por el que una teoría aritmética recursiva que sea consistente, es incompleta, mientras que el segundo, que es un caso del primero formula que, en toda teoría aritmética consistente, la sentencia que establece la consistencia no forma parte de la teoría. En suma, un sistema formal que está definido mediante un algoritmo, como ocurre con todos los programas informáticos, no puede ser al mismo tiempo coherente y completo. Si un programa es válido para un fin concreto, la coherencia debe provenir de una sentencia externa al sistema. Si fuera coherente no valdrá para cualquier finalidad para la que esté definido el algoritmo, porque llegará un momento en que se requerirá una sentencia externa. Hoy por hoy, la sentencia sigue proviniendo de la persona que es quien comprueba si el programa cumple o no la finalidad para la que fue construido. No hay duda en los límites.
Este blog pretende ser una depresión entre dos vertientes: la ciencia y la tecnología, con forma inclinada y alargada, para que por la vertiente puedan circular las aguas del conocimiento, como si se tratara de un río; o alojarse los hielos de un glaciar de descubrimiento, mientras tiene lugar la puesta a punto de su aplicación para el bienestar humano. Habrá, así, lugar para la historia de la ciencia, las curiosidades científicas y las audacias científico-tecnológicas. Todo un valle.
El eldense Alberto Requena es catedrático emérito de Química de la Universidad de Murcia.